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  • Museo Carlista de Madrid

Pedro Balanzátegui, el ejemplo de un mártir de la Tradición



Pedro Balanzátegui, comandante general de los carlistas leoneses
Pedro balanzátegui, comandante general de los carlistas leoneses


En el mes de julio de 1869, Don Carlos dio a los carlistas la orden de levantarse en toda España contra el desgobierno reinante. A pesar de quedar desbaratados por el gobierno los planes principales existentes en Cataluña y Navarra, la orden encontró eco en otros lugares como León, el Bajo Aragón y el Maestrazgo, Valencia y, sobre todo, la Mancha, donde el 23 de julio el general Juan de Dios Polo, cuñado de Cabrera, se echó al campo con una partida, iniciando un levantamiento al que se unieron cuatro o cinco mil hombres que proclamaron a Carlos VII en distintas partes de España.

El 18 de agosto, el general Juan de Dios Polo cayó prisionero en una dehesa de Torralba de Calatrava. La noticia de su prisión fue un golpe mortal para la suerte de la insurrección. Al conocerse el fracaso del movimiento, los jefes sublevados se vieron obligados a batirse en retirada, ya sin más objetivo que proteger a sus hombres. Algunos no tuvieron suerte en ello, y fueron bárbaramente pasados por las armas, como los nueve carlistas fusilados en Montealegre, cerca de Badalona, cuyo salvaje martirio lleno de horror a la opinión pública.

Polo fue condenado a muerte. Igual pena fue impuesta a otros jefes de la insurrección que se habían levantado en otros puntos del territorio, como los jefes Milla y Larumbe. Otros implicados en el movimiento carlista fueron detenidos en Barcelona y Madrid.

Diversas instancias intercedieron por los condenados. El gobierno de Serrano accedió al indulto, y el general Polo y sus compañeros fueron deportados a las Islas Marianas. Peor suerte tuvo el coronel Pedro Balanzátegui, que como comandante general de los carlistas leoneses se había sublevado en esta provincia, que fue apresado y fusilado inmediatamente después.

La ejemplar muerte de D. Pedro Balanzátegui Altuna y la conmovedora carta de despedida a su esposa, escrita sólo unos minutos antes de ser fusilado, constituyen uno de los uno de los testimonios más admirables de la historia martirial del carlismo para acreditar, mejor que mil discursos, las motivaciones, los valores y la fibra espiritual de los Mártires de la Tradición de todos los tiempos:

Eusebia de mi corazón,

Ha llegado el día en que tengo que presentarme delante de Dios de una manera inesperada, que no me la explico, pero que por lo visto ya no tiene remedio, y no quiero ocuparme de cosas que pudieran quizás lastimar a algunos, y les perdono de todo corazón.

Del dinero que me encuentren, dispongo que los doscientos y pico reales se empleen, en un duro para cada guardia que me dispare, para que vean que no les guardo rencor alguno, pues todos saben lo que yo he considerado y apreciado a la Guardia Civil. El resto para que el señor cura de aquí me haga el funeral y lo aplique en misas.

¿Y a ti, que te he de decir, amada de mi corazón? Ya sabes lo que te he querido durante mi vida, y muero amándote de todo corazón.

Siempre opuesto a las causas políticas, en que jamás me he mezclado, declaro que sólo he salido de mi casa por cuestión religiosa; para defender la unidad católica, sin necesidad sacrificada en nuestra España, y considerando además el legítimo representante del trono de España, y único a quien según la razón y la ley le pertenece, y como identificado con este mismo sentimiento católico que yo deseo defender también, al príncipe rey Carlos VII, pero sin rencor a nadie de todos los demás que militan en otros partidos, como lo he acreditado con mi conducta.

Y para que no se sospeche que el esquivar los encuentros de los que nos perseguían era efecto del miedo, declaro que lo hice así por evitar derramamiento de sangre, convencido de que todos somos hermanos, y de que en muy breve tenemos que ser, o mejor dicho, tienen todos que ser unos. Hago esta declaración para que no quede mancilla en mi acreditado valor, necesario para llenar mi deber en todas las cosas que he tenido siempre, y lego a mi hijo, al cual, amándole de corazón, le encargo y ruego que no olvide que su padre muere por la religión santa; que procure tenerlo presente para imitarme en cuanto le sea posible, pero nunca para vengarse de nadie; perdonando la desgracia a quien se la acarrea, como yo mismo la perdono.

Doy a todos mis parientes y amigos y domésticos un recuerdo, siquiera sea triste, y les ruego que encomienden mi alma a Dios; y últimamente siento dejarte en situación tan crítica, casi tanto como la muerte misma, y no me extiendo más para que no piensen que dilato la ejecución.

Estoy resignado, y entrego mi alma a Dios, como suya que es; que considero que sea satisfacción de mis culpas, juntamente con los méritos de su santísima pasión y muerte, que no tienen límites.

Adiós, amada mía; ruega a Dios por mí, como yo espero hacerlo desde el cielo, a donde confío llegar, no por mí, sino por los méritos de mi divino Jesús, con cuyo dulcísimo nombre en los labios y la mente desea y espera morir tu desgraciado esposo- Pedro Balanzátegui Altuna.

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