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Nueva incorporación a los fondos del Museo Carlista de Madrid 

"La cantinera y el carlista", obra de Carmen Gorbe Sánchez

 

La pintura costumbrista en España tuvo su máximo desarrollo en el siglo XIX, de la mano de un romanticismo que, como reacción al racionalismo neoclásico, ensalzó los sentimientos más que la norma y la emoción y la pasión más que la frialdad académica, encontrando en los tipos populares y en la vida cotidiana un filón para su inspiración.

Cronológicamente, este apogeo del costumbrismo coincidió con el período de mayor presencia del carlismo en la vida nacional y con el de su mayor repercusión en el arte. Sin embargo, la mayor parte de los temas elegidos por los pintores que se acercaron al carlismo fueron retratos o forman parte de lo que podríamos llamar pintura militar. Sólo una pequeña proporción -apenas una docena- de los más de doscientos cuadros de temática carlista que tenemos fichados, podrían ser calificados de “costumbristas”. Probablemente la necesidad de hacer presentes a través de retrato a los miembros de la dinastía legítima, que vivía en la distancia del exilio, sobre todo para presidir hogares y círculos carlistas, y el interés por resaltar las gestas bélicas y los ambientes guerreros, se antepusieron a la representación de un tipo de escenas de la vida diaria con menor carga épica y en las que la epopeya y la exaltación del ideal podría parecer que pasaba a segundo plano.

Y ello a pesar de que pocos grupos populares y pocos tipos humanos pueden competir con los carlistas en lo que se refiere a esas virtudes y rasgos de valentía, coraje, sufrimiento, heroísmo, abnegación, generosidad, quijotismo, tenacidad e indómita vitalidad tan afines a los ideales del romanticismo. Las tabernas en las que corría la información de boca en boca, las conspiraciones y reuniones clandestinas, los encuentros huidizos de cualquier mirada inquisitiva, la agonía de los heridos en combate, el escondite de los perseguidos, el acopio secreto de armas y caballerías, la humedad de las mazmorras en las que se retenía a los presos,  la complicidad de caseros y masoveros con las partidas, la edición y reparto de periódicos para esquivar la censura, el descanso de los voluntarios después de la larga marcha o el compañerismo de retaguardia en torno a una hoguera o una baraja de naipes, son algunas de tantas situaciones que hubiéramos querido ver reflejadas por los pinceles de aquellos pintores costumbristas del XIX, y constituyen posibilidades que apelaran siempre a los buscadores de esa entraña popular y densa de humanidad que constituye la médula de la pintura costumbrista.

El cuadro “La cantinera y el carlista”, un óleo sobre lienzo de importantes dimensiones (100x100 cm) obra de Carmen Gorbe Sánchez y recién incorporado al Museo Carlista de Madrid, constituye en este panorama una valiosa aportación a la representación del carlismo en la pintura desde esa perspectiva costumbrista a la que nos venimos refiriendo.

El cuadro representa una escena en la que un cadete carlista llena su vaso con el vino que le sirve una joven cantinera, mientras comparte mesa con sus compañeros de armas que se sientan a sus lados, y de los que apenas vemos las bocamangas de sus uniformes. La composición y los personajes -el voluntario de Don Carlos y la cantinera ataviada con la vestimenta de época-, proceden de un reportaje gráfico tomado en una de esas recreaciones carlistas que se vienen desarrollando últimamente por diversos pueblos de Navarra y las provincias vascongadas.  Recreaciones en las que, a pesar de su poder evocador, no todo es rigor histórico en uniformes y pertrechos, como se aprecia en este caso en el que el cadete luce sus condecoraciones -las medallas de Somorrostro y Montejurra- en el lado equivocado, y las acompaña de un cordón cuyo aspecto es de ser de época claramente posterior. Nada de eso se ha querido corregir, porque la pintura hiperrealista -y Carmen Gorbe es una de sus más fieles representantes- toma la realidad de las cosas como un imperativo sagrado, y por tanto inalterable.

El cuadro de “La cantinera y el carlista” es un exponente genuino de la pintura de Carmen Gorbe, uno de los nombres a tener en cuenta del nuevo hiperrealismo español y una de las mejores pintoras, en femenino, del panorama artístico nacional. En su cuadro se descubren sus señas de identidad más características: el equilibrio de la composición, la maestría en el dibujo, la suavidad y la armonía cromáticas, la creación del ambiente mediante la sutil captación de la luz, la delicadeza de la pincelada, siempre corta y sin empastamientos, y de las veladuras… todo lo cual proporciona ese resultado de serenidad, belleza y elegancia tan característico de su pintura.

“La cantinera y el carlista” se une así a esas otras escasas, pero magníficas obras costumbristas carlistas, como son “El pintor carlista y su familia” y “El conspirador carlista”, de Valeriano Domínguez Bécquer (Sevilla 1833- Madrid 1870), acaso las más destacadas; u otras como “El descanso del carlista”, de Alberto Arrue (Bilbao 1878- Llodio 1944); el “Retrato de José Miguel, teniente honorario, leyendo el Pensamiento Navarro”, de Emeterio Tomás Herrero (Mendaza 1886-Estella 1954) ; “Los novios carlistas”, de Enrique Gómez Martín (activo en Sevilla en el último tercio del siglo XIX) -también perteneciente al Museo Carlista de Madrid-; o, en este caso pintado con acuarela, la “Cantinera carlista en Villatuerta, Estella, con Montejurra al fondo”, de Antonio Hernández Palacios (Madrid 1921-Madrid 2000).

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