La sala de personalidades del Tradicionalismo del Museo Carlista de Madrid, situada en la planta baja, ha incorporado un extraordinario retrato de quien fuera diputado carlista en las Cortes de la II República, Marcelino Oreja Elósegui, pintado por Carmen Gorbe Sánchez, que amplía así su obra expuesta en las paredes del Museo.
Carmen Gorbe vuelve a hacer gala en este nuevo cuadro de ese sello propio que distingue su pintura, caracterizada por la precisión del dibujo, la suavidad en la pincelada, la elegancia en los colores, la captación de la luz y la armonía y el equilibrio en la composición, que se transmiten al espectador como un remanso de serenidad y belleza plástica, configurando su personalísimo hiperrealismo poético.
Todo ello queda de manifiesto en este magnífico retrato del político tradicionalista, basado en una fotografía en blanco y negro fechada en 1927, a la que la pintora, con excelente técnica, ha sabido dar vida y expresividad, acercándonos al personaje con una presencia cálida y cercana.
El retrato artístico del político mártir de la Tradición, constituye una oportunidad para recordar su figura, haciendo de él un retrato biográfico ahora que han transcurrido casi noventa años desde su asesinato, durante los trágicos sucesos de la Revolución de Octubre de 1934, a manos de milicianos socialistas.
Marcelino Oreja Elósegui, padre de Marcelino Oreja Aguirre y tío-abuelo de Jaime Mayor Oreja, nació en1891 en Ibarrangelua, pequeña población de la costa vizcaína entre Mundaka y Lequeitio, hijo del doctor Basilio Oreja Echániz.
Su hermano mayor, Benigno, de ideas carlistas y abuelo de Jaime Mayor Oreja, fue un prestigioso urólogo, que se establecería en San Sebastián, y que, por disfrutar de una desahogada situación económica, ayudaría a su hermano -dieciséis años más pequeño- a abrirse camino en la vida.
Otro hermano, Ricardo, era un destacado político tradicionalista, elegido diputado a Cortes por el distrito de Tolosa en 1920 y 1923. Pertenecía al cuerpo de abogados del Estado y se distinguía por su cultura y religiosidad. Fue candidato por el Frente Contrarrevolucionario en las elecciones del 16 de febrero de 1936, en Guipúzcoa, obteniendo su grupo mayoría de votos, pero no los suficientes para hacerse con los escaños (pucherazos aparte).
Tanto Benigno como Ricardo serían con el tiempo procuradores en las Cortes de Franco en los años 50 y 60.
La cuarta hermana fue Carmen, abuela de Jaime Mayor Oreja. Otro hermano, Pascual, falleció prematuramente a la edad de dos años.
Marcelino estudió en la Escuela de Ingenieros de Caminos, en Madrid, en la que terminó la carrera en 1920, licenciándose, además, en Derecho.
Militó en el jaimismo, pero en 1919, y al igual que sus hermanos mayores, se adhirió a la escisión de Vázquez de Mella, que fue amigo personal.
En 1920 se hizo numerario de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNdP), y ese mismo año fue secretario de la Confederación de Estudiantes Católicos, organizando el 19 de mayo de 1920 un mitin en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.
En 1924 formó parte de la ejecutiva de la Juventud Católica Española.
Al terminar los estudios, por iniciativa de Ángel Herrera Oria, marchó a estudiar en la Universidad de Columbia y a conocer la organización administrativa de los grandes diarios de Boston, Nueva York y otros lugares. Cuando regreso al cabo de dos años, Herrera le nombró gerente de El Debate.
Contrajo matrimonio con Purificación Aguirre Isasi, hija de Toribio Aguirre Ibarzabal, que había sido teniente en las filas de Don Carlos durante la última carlistada.
A finales de los años veinte, Marcelino Oreja Elósegui se vio obligado por razones familiares a dejar Madrid, instalándose en casa de su familia política en Mondragón.
En 1927 empezó a ejercer de ingeniero como gerente en Vidrieras Españolas, y un año después creó su propia empresa constructora, Agromán. Al año siguiente se incorporó como secretario al Consejo de Obrascón, consorcio constructor co-presidido por el político carlista bilbaíno José Joaquín de Ampuero.
A comienzo de los años 30, Marcelino sucedió a su suegro como director gerente de Unión Cerrajera, a la que convirtió en una de las principales empresas vascas, con más de 1.500 empleados.
Al advenimiento de la Segunda República, en las elecciones generales de 1931 fue elegido diputado por Vizcaya, dentro de la candidatura católica pro autonomía vasca que promovían mellistas, carlistas, nacionalistas vascos y católicos independientes, integrándose en la Minoría vasco-navarra.
En las elecciones de noviembre de 1933, ya integrado desde el año anterior en la Comunión Tradicionalista, volvió a salir elegido, con mayor número de votos. Su labor de diputado la compatibilizó con la jefatura del requeté de Vizcaya y la participación como orador en abundantes mítines organizados por la Comunión Tradicionalista, en los que destacó como vibrante orador.
Marcelino Oreja Elósegui interviniendo en un mitin tradicionalista
Los políticos carlistas Elorza, Conde de Rodezno, Marcelino Oreja y Esteban Bilbao, en 1933
La huelga revolucionaria de octubre de 1934 le sorprendió en casa de su suegro en Mondragón. La insurrección fue desencadenada por el PSOE y la UGT en respuesta a la entrada de la CEDA en el gobierno de la República.
La señal para los revolucionarios mondragoneses llegó de Eibar a la una de la madrugada del día 5. Tal y como estaba dispuesto, un grupo de enlaces fue despertando casa por casa a los participantes en la sublevación.
Los huelguistas, liderados por Celestino Uriarte, se hicieron con el control del municipio, instalaron su cuartel general en la Casa del Pueblo y proclamaron la “república socialista”. Habían sido desarmados y detenidos serenos, miqueletes, alguaciles y guardas de fábricas, ocupados el ferrocarril, la central de teléfonos y las dos armerías, y requisado panaderías, carnicerías, el economato de la Cerrajera y hasta las caseras que venían con la leche. Sólo faltaba por rendir el cuartelillo de la Guardia Civil (objetivo que al final no lograrían), y en ello estaban a bombazo limpio.
En la Casa del Pueblo los revolucionarios tenían encerrados a un montón de carlistas para evitar que tomaran las armas.
Los revolucionarios encomendaron a un tal Trincado acompañado de otros la misión de ir a detener a Marcelino Oreja Elósegui, armados con escopetas y pistolas
A las cinco y media de la mañana, una llamada telefónica advirtió a Oreja del peligro cierto que corría. “Es inútil que intente escaparse porque será muerto”, escuchó por el auricular. Trató de llamar al cuartel de la Guardia Civil, pero la línea estaba cortada. Se asomó a una ventana del piso superior y comprobó que la casa, situada en el centro del pueblo, estaba rodeada de hombres armados con escopetas y pistolas. Arrodillado junto a su mujer, que estaba embarazada de cinco meses, rezó el rosario y esperó acontecimientos.
Dos horas después, ocho hombres armados llamaron a la puerta. Uno de ellos era Jesús Trincado, militante ugetista. “Dile al amo que baje”, exigieron los asaltantes en euskera. Oreja salió encañonado y con los brazos en alto. Le condujeron a la Casa del Pueblo y le encerraron en una habitación en la que ya se encontraba Ricardo Azcoaga, directivo de Unión Cerrajera. Un cuarto de hora después, entró un tercer prisionero, Dagoberto Rezusta, consejero de la empresa y diputado provincial en las filas del Partido Radical.
Los revolucionarios también fueron a casa de Ignacio Chacón, el ingeniero jefe de UCEM, pero éste tuvo la prudencia huir para esconderse en casa de un amigo.
El aviso de que llegaban al pueblo tres camiones con soldados procedentes de Vitoria alertó a los revolucionarios. Mientras unos planeaban huir al monte, otros proponían atrincherarse en la Casa del Pueblo y organizar la resistencia. Según el relato de Trincado, en medio del desconcierto, un tal Ruiz, al que apodaban “el fanático”, preguntó al jefe de los insurrectos: “Celestino, ¿Qué hacemos con éstos?”. “Llevarlos detrás y”, respondió el cabecilla.
Sacaron a Oreja, Resusta y Azcoaga por la trasera de la Casa del Pueblo, hacia las huertas; las cruzaron hasta llegar a un pequeño murete, de poco más de un metro de altura, que separa dichas huertas del antiguo camino que llevaba al Ferixaleku. Azcoaga trepó el muro y se volvió para ayudar a Marcelino Oreja a hacer lo propio, que con su gordura andaba bastante torpe. Dagoberto venía detrás. Entonces sonaron las descargas.
Ricardo Azcoaga, herido en un pie, saltó al camino, de ahí al río Aramaio, y corriendo aguas arriba, salió a la calle con tan buena fortuna que se topó con los tres camiones militares procedentes de Vitoria, que condujeron a Azcoaga hasta un médico de Bergara.
Junto al muro que no pudo escalar yacía el cuerpo de Marcelino Oreja Elósegui, con los brazos abiertos en cruz. El cadáver presentaba cuatro heridas: un tiro de pistola en la columna vertebral, otro en la cabeza, un tercero en la mano y el cuarto de escopeta en el brazo derecho. El cuerpo de Dagoberto Resusta permanecía unos metros más allá, junto a la pared del frontón del Batzoki.
Seis jóvenes requetés recogieron el cuerpo ensangrentado de Oreja Elósegui y lo llevaron a su casa, donde lo recibió su esposa. El sacerdote José Markiegi llegó a tiempo de darle la extrema unción. Sobrevivió apenas veinte minutos. A media tarde, la llegada de dos compañías de infantería del Regimiento Flandes de Vitoria puso en fuga a los revolucionarios. Al día siguiente, Marcelino Oreja fue enterrado en el panteón familiar de Ibarrangelua. Su esposa Pureza Aguirre, embarazada de su hijo Marcelino, nunca volvió a pisar Mondragón.
Los miembros del comité revolucionario fueron detenidos y pasaron una temporada en la cárcel de Ondarreta. Con el triunfo del Frente Popular en 1936 quedaron en libertad.
Josep Pla, impresionado por la muerte de Oreja, viajó como reportero a Mondragón a finales de octubre. En sus artículos le describió como “patrono modelo” y empresario “saturado de sentido humano”. Para el escritor catalán, era un político “enamorado de la doctrina social católica y, a la vez, del particularismo de su país”.
Hoy, casi noventa años después de aquellos hechos, Marcelino Oreja Elósegui forma parte de una de las tres causas abiertas en la archidiócesis de Madrid para el proceso de beatificación por martirio de 140 siervos de Dios «víctimas de la persecución religiosa en los años 30 por la violencia desatada por ideologías totalitarias y ateas», según se recoge en la presentación del proceso, que afecta a 61 sacerdotes y 79 laicos.
Algún día, si es la voluntad de Dios, podremos quizás verle en los altares. Entre tanto, y sometidos siempre al juicio de la Iglesia, Marcelino Oreja Elósegui es uno de los innumerables mártires de la Tradición que conmemoramos cada 10 de marzo, y un destacado ejemplo de político carlista, comprometido con su Fe y con su tierra.
Por eso merece nuestro recuerdo y nuestro homenaje, desde el puesto destacado que, a través de magnífico retrato pintado por Carmen Gorbe, ocupa desde ahora en las paredes de este Museo Carlista de Madrid, santuario de esa Tradición Católica y Española que constituye el Ideal por el que Oreja Elósegui entregó su vida.
gracias por publicar esta documentada entrada del primer protagonista de una familia conocida del gran público por sus políticos recientes, estas vivencias imprimen carácter