El retrato de la Lealtad carlista
- Museo Carlista de Madrid
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El Museo Carlista de Madrid ha visto enriquecida su extraordinaria pinacoteca de pintura carlista con un cuadro singular, tanto por sus formidables dimensiones de más de dos metros de altura y metro y medio de ancho, como por su singular valor histórico, anecdótico y sentimental.
El cuadro se trata de un retrato ecuestre del rey carlista Jaime I -o Jaime III en la Corona de Aragón- firmado por “el veterano” Eduardo Barbasán”, dedicado al Círculo Jaimista y fechado en 1913.


Don Jaime aparece con uniforme de capitán general, erguido a la grupa de un caballo castaño cuya montura muestra la cifra real, y portando una bandera nacional con el lema de Dios, Patria y Rey. Tras el monarca, un grupo de jinetes carlistas le siguen, entre los que figura el propio autor del cuadro, blandiendo su sable con el brazo izquierdo, orgulloso testimonio de su manquedad.

De Eduardo Barbasán es poco lo que sabemos. Prácticamente nada, aunque realmente lo suficiente para concitar nuestro recuerdo y reconocimiento. Sus padres fueron Mariano Barbasán Gómez, funcionario del Estado, y Matilde Lagueruela Viguria, vecinos de Zaragoza. Eduardo fue el mayor de cuatro hermanos y nació en 1853 o 1854[1].
El segundo hermano, Casto Barbasán Lagueruela, nació en 1857, fue militar de carrera, combatió en la III Guerra Carlista en el ejército alfonsino y fue profesor de la Escuela Superior de Guerra, siendo autor de diversos tratados técnicos de ciencia militar, muy valorados en su época, y terminando su carrera militar como general de brigada.
Tras Casto nació Adelaida, conocida como “Petra”, sobre la que carecemos de cualquier información.
El pequeño, nacido en 1864, fue Mariano Barbasán Lagueruela, uno de los más importantes pintores aragoneses de su tiempo, especializado en pintura costumbrista y de temas populares. Mariano Barbasán vivió parte de su niñez en Segovia, el último destino de su padre, y los años de juventud en Valencia, adonde había sido destinado su hermano Casto, que ejercerá la tutela familiar a la muerte del padre. En la capital del Turia estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos entre 1880 y 1887, año en que se mudó a Madrid. En 1889 fue pensionado por la Diputación de Zaragoza para ampliar sus estudios de pintura en la Academia Española de Roma, donde fijó su residencia y permaneció hasta 1921.

Lo poco que sabemos sobre Eduardo Barbasán procede curiosamente de una sentencia del Juzgado de Primera Instancia del distrito de San Pablo de Zaragoza, publicada en el Boletín Oficial de la Provincia de 8 de septiembre de 1893. La resolución judicial atendía al expediente promovido por Eduardo Barbasán “vecino de esta capital, de estado viudo, de oficio pintor, de 39 años de edad”, solicitando la defensa por pobre para litigar. La sentencia resolvía favorablemente la solicitud, declarando “pobres en sentido legal” tanto al solicitante como a los menores Patrocinio Peter y Casanova y Balbina Barbasán y Casanova. Por el contexto parece poder deducirse que se tratara de un hijastro y una hija del pintor.
No cuesta mucho pensar en la situación en la que habría quedado un pintor que había perdido su brazo derecho.
Carlista, manco, pobre de solemnidad y viudo, a cargo de al menos dos hijos menores, estos son los trazos que conocemos de Eduardo Barbasán en 1893, veinte años de pintar el retrato de Don Jaime.
Tampoco conocemos prácticamente nada sobre la obra pictórica de Eduardo Barbasán aparte de su retrato de Don Jaime. Excepcionalmente y por una información publicada en el periódico La Rioja[2], sabemos que uno de sus cuadros representaba la heroica carga de caballería dada por el teniente Fernández-Golfín con ocho soldados de caballería el 2 de octubre de 1893 en la guerra del Rif, en defensa de Fuerte Camellos, lo cual parece indicar su afición a la pintura de carácter militar. El cuadro, sin embargo, no aparece reproducido en ningún lugar, lo que hace sospechar que haya desaparecido. Como curiosidad, cabe señalar que Barbasán pintó esta obra para regalarla a una tómbola benéfica que se celebraba en Logroño. Al regresar de Torrecilla, donde se hallaba pintando la casa de Don Pedro Sainz Diez, se encontró con que se había terminado la tómbola, por lo que decidió exponer el cuadro en el escaparate de un comercio local. Esta noticia meramente anecdótica, nos permite sospechar, no obstante, que Eduardo Barbasán compatibilizara su faceta artística de pintor, con la menos glamourosa, pero más productiva, de pintor de brocha gorda que se ganara el sustento pintando casas.
Eduardo Barbasán dedicó y donó su retrato ecuestre de Don Jaime al Círculo de la Lealtad, que en los años del jaimismo era el nombre del círculo carlista de Zaragoza, cuya sede se encontraba en la calle Espoz y Mina nº 6. Sin tener datos concretos sobre su fundación, podemos suponer que el círculo zaragozano se habría fundado a finales del siglo XIX, fruto de la expansión organizativa del carlismo impulsada por el marqués de Cerralbo como jefe-delegado de Don Carlos, que trajo consigo la creación de cientos de círculos carlistas en toda España. Sabemos que el Círculo de Zaragoza, con ese elocuente nombre de Círculo de la Lealtad, fue muy activo, organizándose en él, durante las tres primeras décadas del siglo XX, numerosos actos culturales, recreativos, religiosos y políticos, disponiendo de una rica biblioteca -en la que se leía El Aragonés, y, más tarde, la Lealtad como periódicos del carlismo regional- y de salones de cuya amplitud es muestra indirecta el tamaño del cuadro de Barbasán, que debía presidir su salón de actos o recinto principal. En su devenir posterior, ya a la muerte del Don Jaime, el círculo zaragozano sería un importante bastión del cruzadismo, tendencia del carlismo que respaldaba la transmisión del derecho sucesorio a través de Doña Blanca, hija mayor del rey Carlos VII.
En su firma, Eduardo Barbasán acompaña su nombre del calificativo de “veterano”, llamado a señalar un grado honorario ante los socios del Círculo que pudieran contemplarlo. Desconocemos la fecha exacta del nacimiento del pintor, aunque por la información procedente de la sentencia judicial a la que nos hemos referido anteriormente, tuvo que ser en 1853 o 1854. Ello quiere decir que, en la Tercera Guerra Carlista, desarrollada entre 1872 y 1876, sería un joven veinteañero, lo que parece edad suficiente para haber participado en ella y poderse orgullosamente calificar, ya sexagenario en ese 1913 en que pintó su cuadro, de “veterano”. Además de veterano de la guerra, por su edad y temprana adscripción ideológica, pudo también haber sido uno de los primeros socios del Círculo de la Lealtad en los días de su fundación, razón ésta adicional para presumir de veteranía en la dedicatoria al Círculo de su cuadro.
Fuera la que hubiera sido la participación de Eduardo Barbasán en la Tercera Guerra Carlista enrolado como voluntario en el Ejército Real de Aragón, lo que está claro es que la composición del retrato ecuestre de Don Jaime, en la que aparece él en segunda fila sable en alto, tiene un carácter claramente alegórico y simbólico, más que histórico. Don Jaime no participó en la Tercera Guerra Carlista -era entonces un niño- y tampoco abanderó nunca al ejército carlista con uniforme de capitán general. El objetivo pretendido por el pintor no era representar una escena de la guerra pasada, sino la exaltación de Don Jaime como abanderado de la Legitimidad, y situarse a sí mismo, en seguimiento de su Rey, como leal soldado de la Causa en la que militaba y por la que había perdido un brazo.
El cuadro firmado por Eduardo Barbasán, presenta, por otra parte, un curioso texto escrito por el pintor en su trasera: “Condiciones: 1ª No se permitirá copiar por ningún procedimiento. 2ª No se venderá ni empeñará. 3ª Será propiedad del autor en el caso de cerrar el Círculo Lealtad Jaimista. Que no se cierre es lo que desea Eduardo Barbasán. 1913”
Pero el hombre propone y Dios dispone, y el Círculo zaragozano de la Lealtad se cerró. O no exactamente se cerró, como ahora veremos.
El 19 de abril de 1937, el Generalísimo Francisco Franco firmaba en Salamanca el transcendental Decreto de Unificación, cuyo Artículo Primero disponía:
“Artículo primero: Falange Española y Requetés, con sus actuales servicios y elementos, se integran, bajo Mi Jefatura, en una sola entidad política de carácter nacional que, de momento, se denominará Falange Española Tradicionalista y de las JONS.
(…)
Son originariamente, y por propio derecho, afiliados de la nueva organización todos los que en el día de la publicación de este Decreto posean el carnet de Falange Española o de la Comunión Tradicionalista, y podrán serlo, previa admisión, los españoles que lo soliciten.
Quedan disueltas las demás organizaciones y partidos políticos”.
Como consecuencia del famoso Decreto, todos los círculos carlistas pasaron a convertirse en delegaciones del nuevo partido único FET de las JONS, o fueron clausurados. El patrimonio de los círculos -cuadros, banderas, carteles, emblemas y distintivos, etc- fue incautado por el Nuevo Estado, arrumbado, o desapareció en medio del descontrol más absoluto o con la anuencia de los mandos del Movimiento.
Diversos sectores del carlismo -especialmente entre los combatientes y los carlistas navarros- acogieron hasta con entusiasmo el Decreto de Unificación, mientras que otros se opusieron radicalmente al mismo por considerarlo impuesto y por dar lugar a un partido único al modo de los Estados Totalitarios, que repugnaba al ideario del tradicionalismo[3]. Como consecuencia de ello, muchos carlistas retiraron objetos de los círculos carlistas, llevándoselos a sus casas o a otros lugares, para evitar que cayeran en manos ajenas. Este fue el caso del Círculo de la Lealtad de Zaragoza, y del gran retrato ecuestre de Don Jaime que presidía su salón principal. El presidente del Círculo, a la sazón, Don Andrés Lamana Ferrán, recogió el cuadro y se lo llevó a su domicilio, al efecto de sustraerlo a la incautación de los bienes del Círculo, como sucedió con todos aquellos que no habían sido puestos a resguardo.
Finalizada la Guerra Civil, desaparecido el Circulo Jaimista y fallecido el depositario y antiguo presidente Don Andrés Lamana Ferrán en el año 1939, se hicieron cargo de la guarda del cuadro su hija y su esposo, de los que a su vez pasó a sus hijos, poseedores del cuadro, siempre en el entendimiento y la voluntad de poder entregarlo a quien en derecho correspondiera, respetando escrupulosamente la intencionalidad política del autor.
Por necesidades de cambio de domicilio, el cuadro fue trasladado a Madrid hacia el año 1977/8, celosamente custodiado por los descendientes de D. Andrés Lamana, quienes después de indagar y consultar con distintas personas de reconocida solvencia, y por haberse considerado siempre depositarios y no propietarios del cuadro, llegaron a la conclusión de que la titularidad del derecho del mismo, tratando de interpretar la voluntad de su autor, correspondía al Pueblo Carlista, a su historia y a su legado. Así pues, deseosos de que el cuadro sirviera a la Causa para la que fue pintado, decidieron la conveniencia de entregárselo a quien mejor pudiera mantenerlo, conservarlo y exhibirlo para conocimiento y expresión de la historia del Carlismo y de su trascendencia futura.
Tras analizar las distintas posibilidades existentes y de acuerdo con el consejo de diversas personalidades carlistas, finalmente decidieron la entrega de la posesión al Museo Carlista de Madrid, con sede en San Lorenzo del Escorial, con la única condición de que el cuadro, siguiendo la voluntad del autor, nunca pudiera ser vendido ni objeto de transacción económica, y en todo caso su destino siempre fuera la de servir como recuerdo histórico de la historia del Carlismo.
El Museo Carlista de Madrid ha acogido el cuadro con agradecimiento y plenamente comprometido a mantener el deseo de quien fue su autor, y también el de sus meritorios custodios durante tantas décadas. Expuesto hoy en la sala del Museo dedicada a los reyes carlistas Don Jaime y Don Alfonso Carlos, su presencia sirve de testimonio de la historia pasada del carlismo y de su servicio imperecedero a esa Causa sintetizada en el lema de Dios, la Patria y el Rey inscrito en la bandera portada por Don Jaime en el cuadro de Barbasán.

La lealtad ha sido siempre una de las virtudes nucleares del ser carlista. Lealtad dada incluso con frecuencia como nombre a algunos de sus periódicos, como en el caso del publicado en Zaragoza. Y no fue el único.
Una lealtad demostrada mil veces, en el sacrificio tras la derrota, en los exilios, en las cárceles y en las persecuciones. Lealtad a prueba de bombas -y no siempre en sentido figurado-; lealtad constitutiva de los hombres de honor, para los que la palabra dada y el juramento otorgado a una bandera valen más que la propia vida; lealtad de los que, por antonomasia, se llamaban a sí mismo “los leales” y así eran conocidos hasta por sus enemigos.
Emociona recordar aquel Círculo de la Lealtad de Zaragoza, y aquél deseo sobre el mismo expresado por el autor del cuadro: “que no quiero que desaparezca”.
Emociona la lealtad de quien fuera su presidente, Don Andrés Lamana, y la de sus descendientes hasta hoy, que consideraron deber sagrado custodiar el cuadro sin apropiarse de él.
Emociona la lealtad con la que lo han entregado ahora, al cabo de casi cien años bajo su posesión, a quien mejor pudiera ser fiel a la intención y finalidad de quien lo pintó.
El retrato ecuestre de Don Jaime presidió el Círculo de la Lealtad de Zaragoza, pintado y donado por un “veterano”, expresión de su lealtad personal. Y se ha convertido, a más de cien años de distancia de la fecha en la que fue pintado -el hombre propone, pero Dios dispone- en un símbolo de la Lealtad del Carlismo, de la lealtad que, en este mundo de intereses donde todo parece tener un precio, es virtud impagable que distingue a los verdaderos carlistas.
[1] En las citas encontradas, suele considerarse a Eduardo Barbasán como el segundo hermano, después de Casto, sin precisarse el año de su nacimiento.
[2] La Rioja, 16 de diciembre de 1893.
[3] Ver mi libro Javier Urcelay: “María Rosa Urraca Pastor. Una mujer contra la República. Madrid; SND Ediciones, 2024.
Magnifico cuadro y muy exhaustivamente documentado, tanto su origen como sus vicisitudes padecidas. Buen título el elegido de la lealtad....y honestidad que se echan en falta en estos tiempos convulsos. Enhorabuena por la incorporación; el cuadro ya está impreso y encartado en mi recién adquirido libro del Museo