Antonio Irigoyen Castillo, capitán de requetés y alférez provisional.
- Museo Carlista de Madrid
- hace 2 días
- 12 Min. de lectura

La colección vexilológica del Museo Carlista de Madrid se ha enriquecido con la incorporación de una bandera o guion de la 11ª Compañía del Requeté de Álava.
La bandera, confeccionada en tela de raso o similar, mide 73x55 cm, y tanto el anverso como el reverso presentan el mismo diseño y colores.
El guion procedente de la Cruzada ha sido generosamente donado a la colección del museo por D. Gonzalo Rubio, sobrino por línea materna de Antonio Irigoyen del Castillo, quien fuera oficial al mando de dicha Compañía, una de las catorce que se integrarían y fusionarían para la formación del Tercio de Requetés de la Virgen Blanca.

Antonio Irigoyen Castillo era natural de Bilbao y uno de los hijos del matrimonio de Pedro y Martina. Su hermano Pedro fue un destacado atleta nacido el 5 de enero de 1902 en Bilbao, ganador del campeonato de España en salto de altura en 1924, y cinco veces plusmarquista nacional.[1]
Fiel a sus ideales religiosos y patrióticos, Antonio estaba afiliado a la Comunión Tradicionalista, en su sección de Juventud, que a partir de 1934 revitalizaba el Requeté en preparación de un previsible levantamiento contra el régimen republicano. Los mozos integrados en los Círculos Carlistas recibían instrucción militar en salidas al campo, y a las chicas o “margaritas” se las animaba a hacer cursos de enfermería.
Apenas iniciado el Alzamiento Nacional en el mes de julio de 1936, Antonio Irigoyen, viendo que en Vizcaya estaba todo perdido, cruzó los montes y se fue a Vitoria, para alistarse en las Compañías alavesas en formación.
Las Compañías de requetés que se fueron formando en Álava a partir del mes de julio y durante la segunda mitad de 1936, se dividieron entre las tres que constituyeron el Tercio de Estíbaliz, que marcharon a Somosierra en los primeros días tras el Alzamiento, y las restantes -de la 4ª a la 14ª- que combatieron en el Norte de la provincia en distintas Columnas, por los sectores de Elgueta, Villarreal de Álava y Munguía-Orduña, hasta comienzos de 1937, en que se reunirían en el Tercio que la Junta Carlista de Guerra de Álava llamó de la Virgen Blanca. Del Tercio formarían parte las Compañías 4ª, 5ª, 7ª y 9ª, y el Tercio quedaría encuadrado en la 4ª Brigada de Navarra. La excepción fue la 8ª Compañía que permaneció integrada, pero no en el Tercio de la Virgen Blanca, sino en el Batallón de Flandes nº 5. La 11ª Compañía, por su parte, se desharía e integrarían sus efectivos en las demás.[2]
Es precisamente en esta 11ª Compañía, en la que, combatiendo desde la primera hora, Antonio Irigoyen conquistó las tres lises de los capitanes del Requeté[3].
Cuando la 11ª Compañía del Requeté de Álava fue refundida en otras para la composición del Tercio de la Virgen Blanca, Irigoyen pasó a Radio Requeté de Campaña.
El “Tercio de Requetés de Radios de Campaña” había sido organizado por la Comunión Tradicionalista con aportaciones iniciales de material de diversa procedencia, completado más adelante por el construido en los talleres del propio Tercio con componentes adquiridos en Francia. La unidad se estaba formando en aquellos días. A lo largo de la guerra tendría sus propias Compañías y Secciones adscritas a las unidades militares en las que se encuadraban: las del Ejército del Norte primero y, más adelante, en las de casi todos los ejércitos nacionales.[4]
El Tercio de la Virgen Blanca y la sección correspondiente de Radio Requeté, formando parte de la 4ª Brigada Navarra, estaban a las órdenes del coronel José Solchaga Zala, navarro de familia militar, católica y carlista, que había participado como capitán y ascendido a comandante en la guerra de Marruecos, y que, siendo ya coronel, en 1921, había sido destinado a Pamplona. Durante la Revolución de 1934 mandó una de las tres columnas que participaron en la toma de Asturias.

Solchaga colaboró con el general Mola, “el director”, en el alzamiento militar del 18 de julio de 1936. Cuando Mola se trasladó a Burgos el 21 de julio, Solchaga quedó como comandante militar de Navarra y jefe de las columnas que operaban en Guipúzcoa.
Tras la ocupación por las fuerzas bajo su mando de la casi totalidad de esta provincia, el coronel Solchaga dio el 24 de septiembre la orden para la ocupación de Vizcaya, confiando en que la desmoralización producida en las fuerzas republicanas con la rápida ocupación de Guipúzcoa permitiría un avance sobre Bilbao, atacándose principalmente a través del valle del Ibaizabal por Durango y Amorebieta. La falta de fuerzas suficientes para la ofensiva y el reforzamiento del ejército republicano hicieron, sin embargo, que el frente se estabilizara aproximadamente en la línea divisoria entre ambas provincias.
El 8 de diciembre de 1936 le fue dado al coronel Solchaga también el mando de las fuerzas de Álava, de las que formaba parte el Tercio de la Virgen Blanca y Antonio Irigoyen dentro de la sección de Radio Requeté a él asignada, que pasaba a incorporarse así a la ofensiva sobre Vizcaya, que Solchaga preparaba y dirigiría durante los siguientes meses desde su cuartel general de Vitoria, hasta la entrada del ejército nacional en Bilbao y la total ocupación de Vizcaya.

En la primavera de 1937, con motivo del ascenso del coronel Solchaga al generalato y también como homenaje a su nombramiento como jefe de las Brigadas de Navarra, Antonio Irigoyen, desde la emisora de Radio Requeté dirigió una alocución a los vecinos de Vitoria:
“Atención vitorianos.
Con motivo de la entrega del fajín de general a nuestro jefe, coronel Solchaga, se está realizando un brillante desfile de nuestras gloriosas tropas que con tanta fe y entusiasmo vienen luchando por la redención de nuestra querida España.
Rindamos todos unidos en estos momentos de triunfo y de gloria un homenaje de simpatía y agradecimiento hacia nuestros jefes y sus tropas, que, poniendo todo su valor y esfuerzo al servicio de su patria, nos llevan hacia la victoria final, momento en que renacerá la España Tradicional de nuestros antepasados.
Vitorianos todos firmes y con el corazón henchido de gozo dispongámonos en unión de nuestro glorioso ejército a servir a nuestra Patria y estemos dispuestos a dar hasta la última gota de nuestra sangre en defensa del lema Nacional que encierran las palabras España y Tradición.
Sigamos luchando por Dios y por España y con la ayuda de Este derrotaremos a nuestros enemigos, para que resplandezca la verdad y laboremos por la formación de una España grande y digna.
Todos a una y con el mayor entusiasmo gritamos: ¡Viva España! ¡Viva el Generalísimo Franco! ¡Viva el general Solchaga! ¡Viva el glorioso Ejército español!
Nosotros Radio requeté felicitamos efusivamente al coronel Solchaga y nos congratulamos de su ascenso haciéndole saber que, como siempre, nos ofrecemos incondicionalmente a sus órdenes y a las del ejército, deseándole toda clase de aciertos en su nueva jerarquía”.[5]
El 19 de junio de 1937, Irigoyen entró en la capital vizcaína con las primeras tropas liberadoras del coronel Solchaga y desde Radio España de Bilbao continuó luchando por España.

Al igual que a muchos antiguos combatientes de las milicias carlistas y falangistas, su afán de hacer más, le llevó después a la Academia militar que el bando nacional instaló durante la Guerra Civil en el Real Monasterio de Sto. Tomás de Ávila, de la que salió alférez provisional del Ejército español con el nombramiento firmado por el general Luís Orgaz Yoldi, Director de la Academia. El curso, intensivo y acelerado, duraba normalmente entre dos y tres meses, pudiendo variar en función de las necesidades de la guerra.
El General Orgaz había organizado desde el mes de septiembre de 1936 las Academias de Alféreces Provisionales, que se instalaron en: Burgos, Sevilla, Granada, Fuencaliente, Ávila, Monasterio de Lluch, Pamplona y Dar Riffien (Tánger). Viejos conventos, antiguos palacios y varios cuarteles se utilizaron como academia para las primeras promociones. Tras un corto período de formación, los alféreces se convertían en jefes de sección, como sería el caso de Antonio Irigoyen. El requisito para poder acceder a las academias era ser mayor de 18 años, ser universitarios o tener el Bachillerato acabado, como mínimo.[6]
Tras recibir su nombramiento como alférez provisional, Antonio fue destinado a Batallón de Ametralladoras nº 7[7], perteneciente al Regimiento de Infantería número 41.


A principios de julio de 1938, en un descanso entre batalla y batalla y ya con su flamante graduación de alférez del Ejército español, Antonio contrajo matrimonio con María Josefa de Echánove, que poco más de un mes después se convertiría en su desconsolada viuda, pues el alférez Irigoyen encontraría la muerte en el frente el 19 de agosto siguiente.
Tras el fallecimiento de Antonio, un compañero suyo y amigo de la familia, de nombre Guillermo y cuya identidad desconocemos, escribió una carta a su desconsolada viuda, fechada el 2 de septiembre de 1938, y en la que daba cuenta de cómo transcurrieron sus últimos días y de las circunstancias de su muerte. Transcribimos su texto completo:
“Estimada María Josefa: Es tal el ajetreo que constantemente tenemos, que no acababa de tener un buen rato tranquilo para hablarte de los últimos momentos del pobrecito de Antonio, ya que no necesito decirte todo lo que he sentido su muerte, lo mismo yo que todo el batallón, pero más especialmente los que como nosotros en la Compañía hacíamos la misma vida y estábamos juntos siempre.
Te digo que quiero hablarte de sus últimos momentos y no me he expresado bien; lo que yo quiero que sepas es que Antonio murió en gracia de Dios, y tenía impaciencia por decírtelo, porque sé que esto será un gran consuelo para ti, como lo es para mí, que al verlo muerto pensé lo primero en la gloria tan hermosa que ha de tener. Murió en gracia de Dios y murió alegre, todo lo alegre que puede morir quien tiene limpia la conciencia y está seguro del más allá. Su muerte yo le envidio; fue la de un caballero y un cristiano. Antonio y yo habíamos confesado muy pocos días antes, pero además hablábamos mucho del más allá, de Dios y de nuestras almas, y sé de la limpieza de la suya hasta su muerte.
Yo no sé si estará bien que te hable ahora de él. Quizá la costumbre sea procurar distraer a los que sufren de sus mismas penas; pero porque es magnífico el ejemplo de Antonio, porque nadie como tu y los suyos tiene derecho a conocerlo y sobre todo porque creo, mejor dicho, estoy seguro del consuelo que te proporcionará conocer las circunstancias de su muerte, en cuanto a su alma se refiere. Voy a hablarte de él.
De su vida en Aranda, después de irte tú, tu misma sabes lo que yo. Te recordaba constantemente y hablábamos mucho de ti, hacía muchos planes…ya le conocías, era un niño grande.
Salimos de Aranda sin saber a dónde íbamos, ni casi a qué, pero íbamos contentos. Ya sabes que a nuestra edad no pesan los trabajos, ni los malos ratos, y el viaje, que fue bastante pesado, se nos pasó entre bromas, chistes, cuentos etc. Antonio y yo cantábamos a dos voces lo que el auditorio nos pedía, y se aplaudía lo que nos salía bien y celebrábamos con risas nuestras equivocaciones, que no eran pocas.
Conforme nos acercábamos al frente íbamos sabiendo más de lo que pasaba y ya empezamos a saber la dureza con que se combatía. Los rojos habían pasado el Ebro y pretendían llegar hasta Zaragoza. Un puñado de hombres resistía desesperadamente sus ataques, y nosotros íbamos a ayudarles. Por desgracias (esto lo pensábamos todos), nosotros no éramos más que un puñado chico, y éramos los primeros que llegábamos…pero no nos asustó la papeleta.
Antonio y yo hablábamos mucho, y a los dos se nos ocurrió ponernos a bien con Dios y esperar así tranquilos lo que El dispusiera. Desgraciadamente no era esto tan fácil como parecía, y la búsqueda de un sacerdote fue infructuosa. Llegamos al frente sin habernos podido confesar; y justo es decirlo, en estas condiciones no estábamos contentos. Estos primeros días, en que fueron continuos los combates y en que el peligro fue muy serio, no estábamos tranquilos, aunque confiábamos en Dios y no en balde, pues El nos protegió y no tuvimos ni un rasguño. Antonio no estaba conmigo. Yo iba a verle muy a menudo, y aunque los dos nos animábamos bien sabíamos el uno del otro que nos faltaba lo que, gracias a Dios, no tardó en llegar, y fue esto el capellán del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat ¡Bendito sea este hombre que nos hizo felices! [8]
Tenía Antonio su Sección en una posición que era, sin discusión, la peor. Tenía enfrente a la brigada de El Campesino, y a la furia con que atacaba esta gente había que añadir las malas condiciones defensivas en que esta posición se encontraba. ¡A qué negarlo! Temíamos mucho, y nuestra moral, que en combate parecía magnífica, no era sincera, no podía serlo. Antonio se sobrepuso a todo a fuerza de hombría, que esto si que le sobraba, y combatió con un valor y una abnegación que jamás España se lo agradecerá bastante. Yo, que no estaba en tan malas condiciones de defensa como él, le admiraba como no admiraré nunca a nadie, porque sabía toda su inquietud interior, y sé el esfuerzo que hacía, esfuerzo sencillamente de gigante y de que muy pocos son capaces. Entonces le quise como algo mío, y puedo asegurar que hasta entonces no supe lo que valía.
Pero como todo tiene fin, también esto lo tuvo, y una tarde en que me enteré de que ya estaba por allí el capellán, le busqué, le encontré y con Antonio le hicimos una breve visita, en la que los dos confesamos. Y a partir de aquí todo cambió; aquel hombre nos dio la gracia de Dios, y con ella nos lo dio todo. Hasta aquí, ¡qué duro, qué difícil todo, qué triste…! Pero desde entonces todo era fácil. Ya no temíamos nada. El combatir era un juego en que quizás llegábamos a Dios y Antonio llegó.
Antes, cuando nos veíamos, estábamos tristes siempre en medio de tanto peligro, pero después… ¡lástima que no pudieras vernos! Cada visita nuestra era una fiesta, los peligros eran los mismos, pero nosotros éramos otros. Nos reíamos de todo; todo nos parecía bonito, alegre, bueno. En fin, esto yo no lo sé pintar. Basta decir que teníamos a Dios con nosotros, y nosotros sentíamos el orgullo de saberlo, y puestas en sus manos nuestras almas nada nos importaba el cuerpo. Hablábamos de la suerte de morir así, como si fuera lo más natural, y cuando aquella resistencia, que puedo asegurar que era inverosímil, terminó con nuestro triunfo y nos reunimos ya toda la Compañía, éramos todo lo felices que se puede ser en este mundo.
En estas condiciones esperábamos muchos días, y puedo asegurarte que para nosotros era un juego de niños, y en este juego de niños se fue a Dios Antonio.
Fue en Villalba de los Arcos. Nosotros habíamos de actuar, y un poco antes Antonio y yo cambiábamos impresiones sobre lo que se iba a hacer y la suerte que tendríamos. Los dos estábamos tan tranquilos, y desde luego contentísimos. Todo iba muy bien para nuestras tropas. Llegó la hora y entre bromas nos fuimos a nuestros puestos. A la hora escasa le durmió una bala. Digo le durmió, porque fue instantáneo. Él ni se dio cuenta. Estaba al lado de una de sus máquinas, y ante la torpeza del cabo que la mandaba, para corregir el tiro a compás del avance de nuestras tropas se puso a hacerlo él mismo, y, al levantarse de la ametralladora en que tiraba, una bala se le llevó.
Yo me enteré enseguida y ante su cuerpo sin vida y con todo el dolor que me producía la muerte de quien en tan poco tiempo llegué a querer tanto, por hombre, por cristiano y por caballero, no pude menos que pensar en lo que tu has de pensar siempre: en la Gloria tan hermosa que se ha ganado.
Bueno, adiós, María Josefa. Pepe y Mateo y Corral me encargan te dé su pésame y que te escribirán también.
De todo corazón, te acompaña en tu dolor tu buen amigo.
Guillermo”.[9]

El Consejo Supremo de Justicia Militar (Sala de Pensiones de Guerra) del Ministerio del Ejército concedió por Orden de 31 de diciembre de 1941 a la viuda de Antonio Irigoyen la pensión que le correspondía por la Medalla Militar colectiva que había ganado con sus compañeros.
El cadáver de Antonio Irigoyen fue enterrado en una fosa (número 1098/2009) en el cementerio de Villalba de los Arcos, donde murió, hasta que más de dos décadas después sus restos fueron trasladados al Valle de los Caídos, donde figuran registrados con una ficha con el número 2029, nombre: Antonio Irigoyen Castillo; número de registro: 1098/2009: provincia TARR Tarragona; y sexo: Hombre.[10]
La bandera de la 11ª Compañía del Requeté de Álava, expuesta en el Museo Carlista de Madrid, servirá de permanente recuerdo y homenaje al heroico capitán de requetés y alférez provisional del Ejército español que, confesado y comulgado para que Dios supliera con su Gracia la inevitable debilidad de nuestra condición humana, alcanzó en el frente una Gloria que ya nunca se marchitará.
[2] Javier Nagore Yarnoz: “Los requetés alaveses en la guerra de España de 1936”. Madrid: Círculo Carlista San Mateo/Comunión Tradicionalista Carlista, 2003.
[3] Su condición de Capitán de Requetés y el hecho de que su Compañía desapareciera como tal, puede explicar que Antonio Irigoyen conservara el guion o bandera de la que había sido su Compañía.
[4] Javier Nagore Yarnoz: “En la Primera de Navarra. Memorias de un voluntario de Radio Requeté de Campaña” Madrid: Ediciones Dyrsa, 1986.
[5] Folio mecanografiado. Archivo Antonio Irigoyen, Museo Carlista de Madrid.
[6] Los Alféreces Provisionales, por Pilar Pérez García. Fundación Nacional Francisco Franco.
[7] En la esquela publicada en la prensa figuraba como perteneciente al Batallón de Ametralladoras nº 37 en lugar del nº 7, que es que aparece, sin embargo, en el B.O.E de 5 de junio de 1938 que comunica su destino. Archivo Antonio Irigoyen, Museo carlista de Madrid.
[8] El capellán del Tercio de Montserrat era D. Salvador Nonell Bru, que acabada la guerra escribió varios libros sobre la gesta del el glorioso Tercio y sus caídos.
[9] Carta de Guillermo a María Josefa de Echánove. Archivo Antonio Irigoyen, Museo Carlista de Madrid.
Comments