Javier Urcelay Alonso: “Veinte pintores filocarlistas y un apéndice”. Museo Carlista de Madrid/Galland Books, 2021. Tirada exclusiva de 100 ejemplares numerados, destinada a bibliófilos y estudiosos del Carlismo.
200 páginas, formato 19,5x26 cm, numerosas ilustraciones a todo color, encuadernación con solapas.
PVP: 35 euros (más 10 euros de gastos en caso de envío postal). Distribución exclusiva a cargo del Museo Carlista de Madrid.
Pedidos: museocarlistademadrid@gmail.com
El libro “Veinte Pintores filocarlistas y un apéndice”, del que es autor Javier Urcelay Alonso, constituye una importante novedad editorial, llamado a llenar un vacío en la bibliografía en torno al Carlismo.
El Carlismo ha sido a lo largo de la historia contemporánea de España una corriente con una fuerte implantación social, y expresiones que van más allá del ámbito político. Su latido puede reconocerse detrás de manifestaciones de diverso tipo, desde obras benéficas e iniciativas de economía social a las más variadas manifestaciones culturales, como la literatura, la música, el folklore, la filosofía, el periodismo e incluso las Bellas Artes.
Hay, en este último terreno, un grupo de artistas, pintores, ilustradores, dibujantes y cultivadores en general de las artes plásticas, que mantuvieron una relación vital con el Carlismo, bien fuera profesando el credo político tradicionalista o a través de una conexión más emocional y vivencial que ideológica.
Sus nombres han sido en algunos casos olvidados, fruto del devenir del tiempo. En otros, han sido deliberadamente sometidos a la conspiración del silencio, que trata de borrar su huella o, cuando ello no ha sido posible, de deformar su figura o manipular su significación.
El libro “Veinte Pintores Filocarlistas y un Apéndice” pretende recobrar la memoria de una veintena de esos nombres de nuestra historia del arte, olvidados o silenciados, que tuvieron como nexo común sus simpatías por el tradicionalismo político, bien fuera a través de una abierta militancia o, frecuentemente, a través de una conexión emocional o vivencial, fruto muchas veces de un ambiente familiar o del entorno social en el que vivieron.
El término “filocarlistas” bajo el que se engloban, permite por su raíz etimológica subrayar precisamente ese carlismo que se expresa en la esfera de la sensibilidad y las emociones, tanto o más que en el de la lógica cartesiana de las ideas. El profesor Antonio Manuel Roncal utilizó esta denominación en su magnífica monografía sobre las purgas que los liberales llevaron a cabo en Palacio en los últimos años del reinado de Fernando VII, desalojando de sus puestos a los que acusaban precisamente de “filocarlistas”.
Los pintores son artistas y no políticos. Es verdad que bastantes de los de los artistas que componen la lista militaron abiertamente en el Carlismo: Didier Petit hizo gala toda su vida de su legitimismo monárquico; Juan Montenegro no solo combatió como oficial y jefe del ejército carlista en la Primera Guerra, sino que acompañó en el exilio al Conde de Montemolín, de quien fue ayudante de campo; Sáez García heredó de familia el tradicionalismo y lo supo transmitir a sus hijos, que se enrolaron en el ejército carlista: José Berga y Mariano Vayreda colaboraron abiertamente con las tropas del general Savalls en la Tercera Guerra; Antonio Mª Lecuona y Leon Abadías se unieron al Ejército del Norte de Don Carlos y fueron sus pintores de cámara; Paciano Ross trabajó como ilustrador de las principales publicaciones tradicionalistas catalanas….
Otros de los pintores de los pintores cuya biografía y obra se aborda tuvieron ideas tradicionalistas, aunque se mantuvieran más o menos apartados de la política e incluso se adaptaran a la situación de mejor o peor grado. Fue el caso de José Aparicio y de Luís de la Cruz, realistas sin paliativos y contarios a la camarilla cortesana liberal. O de Bernardo y Luís López Piquer, cuyas simpatías por la causa del Infante Don Carlos María Isidro parecen claras -como quizás también las de su padre, el genial Vicente López Portaña- aunque padre e hijos se acabaran acomodando bien al régimen isabelino. También se acomodaron a la España oficial otros pintores de simpatías carlistas claras, como Enrique Estevan, pintor de cámara del Duque de Madrid; Antonio Tomasich, que portaba en la frente la cicatriz de una herida hecha luchando en el ejército de Cabrera; Carlos Vázquez Úbeda, que había mamado en casa la lealtad a la causa de la legitimidad; Andrés García Prieto, de quien sus descendientes dicen que conservó su boina roja hasta el final de sus días; y Martí Gras, que tan relacionado estuvo con los círculos jaimistas de Barcelona. Al fin y al cabo, su condición era la de pintores y no la de políticos, y es lógico que ejercieran su labor profesional sin imponerla restricciones ajenas a su condición de artistas.
Un tercer grupo de la lista de pintores seleccionados, nacieron o vivieron en ambientes tradicionalistas, que conformaron su manera de ser y de pensar, aunque no hicieran pública expresión de sus ideas. Sería el caso de los vascos Gregorio Hombrados Oñativia y de Carlos Sáenz de Tejada.
Finalmente, podemos señalar el caso de otros dos vascos, Ignacio Zuloaga y Gustavo de Maeztu, que habiendo mostrado en su juventud veleidades izquierdosas, acabaron cercanos a la sensibilidad del Tradicionalismo después de un largo recorrido vital y una evolución ideológica dictada por los trágicos acontecimientos en los que se vieron envueltos.
Como Apéndice a esa lista de pintores filocarlistas, el autor ha incorporado a uno al que claramente no se puede considerar tal, Fernando Álvarez de Sotomayor, si bien fue de todos ellos, el que quizás se distinguió por tener unos principios ideológicos patrióticos y monárquicos -en su caso de la dinastía alfonsina- más categóricos y rocosos.
Otros muchos nombres quedan en la recámara que hubieran podido incorporarse a la lista de pintores filocarlistas, aunque en algunos casos su conexión con el Carlismo resultaría menos obvia, y en otros su categoría artística sería inferior (sin ánimo de desmerecer a nadie). Nos vienen a la memoria los nombres de Alexandre de Riquer e Inglada, José Soriano Fort, Manuel Ojeda y Siles, José María González de Echávarri, Eduardo Barbasán, Roque Yarza, César Muñoz Sola, Joaquín Valverde, Fray Xavier de Eulate, y quien sabe si hasta el de Valeriano Domínguez Bécquer.
Los veinte pintores filocarlistas incluidos en el libro son parte del patrimonio cultural del Carlismo, cuya aportación e influencia en nuestra vida social de los dos pasados siglos las nuevas generaciones de españoles no deberían ignorar, si quieren mantener vivo el rastro de la verdadera cultura patria.
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