.Hijo de un matrimonio profundamente religioso, José María Corbín Ferrer (Valencia, 1914 - Santander, 1936) fue el segundo de diez hermanos–uno nació muerto–, de los que cuatro se harían más adelante monjas y uno sacerdote. El padre, José María Corbín Carbó, fue miembro del Tribunal Tutelar de Menores, de la Asociación de Padres de Familia y tesorero de las Conferencias de San Vicente de Paúl, además de activo carlista, como lo había sido su padre Vicente, que luchó como oficial del ejército de Don Carlos en la Tercera Guerra Carlista. De José María Corbín Carbó, padre del futuro beato, dejó escrito el marqués de Lozoya, que le trató asiduamente: “Era un ejemplar perfecto de aquella cristiana y austera burguesía del reino de Valencia, generalmente de vieja tradición carlista, en la cual están arraigadas con enorme fuerza las virtudes familiares”.
José María estudió, como todos sus hermanos, en el Instituto de las Hermanas Carmelitas de la Caridad, que había fundado la religiosa carlista Santa Joaquina Vedruna.
En 1931 entró becado en el Colegio San Juan de Ribera de Burjasot (Valencia) y más tarde se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valencia para estudiar la carrera de Químicas. Durante su periodo universitario, militó en la Juventud Católica, y perteneció a la Congregación Mariana y a la Federación Regional de Estudiantes Católicos y otras organizaciones religiosas.
Su militancia en la Comunión Tradicionalista le ocasionó ser multado en varias ocasiones y verse involucrado en muchos de los enfrentamientos universitarios provocados por los miembros de la F.U.E, como cuando los estudiantes católicos se negaron a que se celebraran clases el día de la Inmaculada.
Su madre dejó testimonio escrito del comportamiento de su hijo José María durante la agitación revolucionaria provocada por los izquierdistas en 1934: “En los momentos de peligro, se presentaba a conducir los tranvías -paralizados por la huelga general- y muchísimas noches se las pasaba haciendo guardia en alguna iglesia o convento con las armas que él y sus compañeros habían logrado reunir de no sé dónde, aunque supongo se las proporcionarían en el Círculo Carlista, donde celebraban sus reuniones para trazar los planes y seguir en la defensa y custodia de casas y personas sagradas y hacer frente a las agresiones de que, con frecuencia, eran víctimas ellos y el propio Círculo”.[1]
Al acabar la licenciatura de Ciencias Químicas, en junio de 1936, y por sus brillantes calificaciones académicas, marchó con una beca de la universidad de Valencia a los cursos de verano de la Universidad Internacional de Santander donde siguió con sus múltiples actividades de apostolado, afiliado a la Comunión Tradicionalista.
Pocas semanas después de su llegada a Santander, le cogió el Alzamiento Nacional del 18 de julio, y el comienzo de la persecución religiosa, lo que no le impidió que siguiera asistiendo a Misa discretamente a diario en la capilla del Colegio de las Madres Esclavas del Corazón de Jesús.
Pero sus actividades estudiantiles se verán bruscamente interrumpidas a causa de una denuncia. El 18 de agosto, un nutrido grupo de milicianos invadieron por sorpresa el Palacio de la Magdalena, sede de la Universidad, pusieron en fila a los estudiantes y los registraron, deteniendo a los que llevaban encima símbolos religiosos o pertenecían a partidos de derechas, entre ellos a José María Corbín.
Tras una breve estancia en la checa instalada en el Ayuntamiento de Santander donde sus carceleros no le escatimaron tantos malos tratos como pudieron, fue trasladado junto con otros cinco universitarios a la Cárcel Provincial de la Montaña en una procesión de escarnio público teniendo que soportar las iras del populacho.
El 14 de septiembre, fue trasladado de la cárcel al barco prisión Alfonso Pérez, anclado en la bahía de Santander.
Ciento cincuenta detenidos permanecieron allí hacinados en las bodegas del barco, sin ver la luz del día y sometidos a todo tipo de vejaciones. En los tres meses largos que duró su cautiverio, José María dio muestras de una profunda espiritualidad y fuerte religiosidad. Durante un bombardeo de los nacionales que alcanzó al buque prisión, ayudó a los heridos dando muestras de tal solicitud que se llegaba a granjear las simpatías de los propios guardianes. Dirigía el rezo del rosario todos los días y animaba a la oración y a mantener la confianza en Dios, hasta el punto de que algunos de sus compañeros de presidio, por su gran piedad, creían que era sacerdote.
José María, soldado de la Tradición, además de católico fervoroso, no olvidaba las palabras del preámbulo del Devocionario Carlista que llevaba impresas en el corazón: “Requetés: ¡firmes! Delante de Dios, Rey y Señor de los pueblos, como soldado que eres de su Causa. ¡Firmes! La causa que defiendes es la causa de Dios. Considérate soldado de una Cruzada que pone a Dios como fin y en Él confía el triunfo. Piensa que pretendes devolver a Cristo la nación de sus predilectos amores que las sectas le habían arrebatado. Y si ahora reflexionas que al servicio de esa causa pones tu vida…admira la misericordia divina, que te ha puesto en la conciencia la luz de las cumbres que alumbra la ruta del mártir”.
El 27 de diciembre, tras un bombardeo de la aviación nacional alguna bomba cayó en la ciudad causando varios muertos. Las hordas frentepopulistas se dirigieron iracundas hacia el puerto al grito de “¡A por ellos! ¡Hay que vengarlo todo en esos canallas!” procediendo a fusilar a más de un centenar de los presos que allí se encontraban, entre ellos a José María Corbín Ferrer cuyas últimas palabras según testigos presenciales fueron: «Por Dios y por España! ¡Viva Cristo Rey!». Tenía 22 años.
El mártir nunca supo que a su padre, José María Corbín Carbó, lo habían fusilado los frentepopulistas valencianos el 30 de septiembre de 1936 por ser activo militante carlista, además de ferviente católico. Estando la familia veraneando en Siete Aguas, un grupo de milicianos se presentó en la casa y le condujo ante el Comité de Puzol, donde fue interrogado repetidamente y desvalijado de cuanto llevaba encima. Posteriormente fue conducido a la cárcel de Torres de Cuarte, de donde fue sacado para ser asesinado en el Picadero del Cuartel de Infantería y Caballería, en Paterna (Valencia), conocido como el Picadero de Paterna, instalación donde a partir de 1936 y sin apertura de causa, en una Valencia en la retaguardia y muy alejada del frente, serían asesinadas cientos de personas.
Pero si el hijo no supo de la suerte del padre, tampoco el padre llegaría a saber la del hijo, pues José María Corbín, padre, no supo cuando fue detenido y apresado que su hijo estaba encerrado en las bodegas del Alfonso Pérez, y que seguiría su misma suerte apenas tres meses después. Solo la esposa y madre, el resto de los hijos y hermanos de tan ejemplar familia, supieron que Dios había bendecido con la corona del martirio a aquellos dos ejemplares varones que tan cerca estaban de su corazón.
Una serie de circunstancias verdaderamente providenciales motivaron que la fama de santidad del estudiante mártir se fuera extendiendo, lo que dispuso a la autoridad eclesiástica a iniciar el proceso de canonización, que concluyó con la proclamación de José María Corbín Ferrer como beato por parte de Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001, junto con otras 232 víctimas de la persecución religiosa durante la Guerra Civil española.
[1] Izquierdo Sorli, Antonio V.: Un mártir de nuestro siglo. José María Corbín Ferrer. Valencia, 1959
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