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  • Museo Carlista de Madrid

Pedro Sánchez, Valle Inclán y el Carlismo



Valle Inclán con los diputados carlistas en enero de 1911.
Valle Inclán, tercero por la derecha, en un banquete con los diputados carlistas en enero de 1911.


El suplemento dominical XL Semanal, distribuido con el ABC del domingo 15 de noviembre de este 2020, ha sorprendido a sus lectores con un titular en boca de Pedro Sánchez: “Cenaría con Valle-Inclán, sin duda, y le preguntaría por el Carlismo”.  El entresacado procede de la respuesta a la pregunta del periodista ¿con qué escritor de la historia organizaría una cena?, que el Presidente del Gobierno respondió: “Con Valle-Inclán, sin duda. Me encanta su literatura, tanto la modernista como la esperpéntica, y me gustaría hablar de ella. Pero es que, además, era un personaje excéntrico y con una visión política complejísima. Le preguntaría a Valle-Inclán por el Carlismo”.

Bien está que se hable del Carlismo, aunque quien lo haga sea el Dr. Sánchez. Y bien está que se hable del carlismo de Valle-Inclán, lo que a lo mejor a algunos sorprende. Aunque lo mejor para entender el carlismo del manco genial sea leer los abundantes pasajes referidos al mismo de su voluminosa obra, más que preguntarle por sus ideas al respecto.

Valle Inclán legó en vida su biografía a Ramón Gómez de la Serna, que publicó la colección Austral de Espasa-Calpe. Leyendo esa biografía -escrita por Gómez de la Serna, pero de la que Valle fue verdadero artífice- nos damos cuenta de cómo el literato vivió con plena naturalidad su carlismo. Valle habla a través de su trasunto Bradomín en la Sonata de Invierno: “Yo hallé siempre más bella la majestad caída que la sentada en el Trono, y fui defensor de la Tradición por estética. El Carlismo tiene para mí el encanto solemne de las grandes catedrales, y aun en los tiempos de la guerra me hubiera contentado con que lo declarasen monumento nacional”

El estudioso Durán Valdés[i] lo afirma sin ambages: “D. Ramón escribió, vivió y murió -y esta es la gran verdad a rescatar- en carlista; hasta su magnífico y desmelenado anarquismo práctico responde al viejo fondo celtibérico del cual, merced a un proceso que empieza en el bautismo y acaba en el Imperio, se forjó el temple hispánico cuyo último refugio fueron las breñas de los montes y las almas de los voluntarios de don Carlos. De esos voluntarios entre cuyas filas, póstumo jefe de guerrilla, siempre estuvo de corazón Don Ramón del Valle Inclán y Montenegro”.

Y establece la clave estética que no puede nunca perderse de vista en el autor de la trilogía sobre la Guerra Carlista: “No podemos caer en la confusión del Carlismo, como fuerza espiritual y quinta esencia de España, con sus ocasionales estructuras políticas. Don Ramón, hombre fuera de serie, es también, como muchos, un carlista fuera de serie. Ello no empecé para que sepa mostrar en todo momento su afecto, su admiración, su compenetración hacia los ásperos y rectos varones, tan parecidos a él mismo, que personificaron la Comunión en sus tiempos. No podía ser menos en quien servía, a su manera no menos plena que la de los otros y tan rica como la de éstos, a un mismo Rey”.

Valle Inclán visitó a Doña Margarita en la Tenuta Reale de Viareggio –“era una lealtad de otros siglos la que inspiraba Doña Margarita”-, y también después a Doña Elvira, la hija de Don Carlos. Si hacemos caso a su biógrafo vicario, “su destino va a tener que elegir entre dos caminos: el de la política, presentándose diputado carlista por Monforte de Lemos, o el del viaje aventurero a América…” (pág 111). Y pone en boca de Valle las siguientes palabras: “Hacen el silencio en torno a mis conferencias y artículos, porque soy tradicionalista. Los carlistas de Buenos Aires le dan un banquete, y después de celebrarlo ponen todos un telegrama a su Rey” (pág 110).

Y al hablar de la visita del escritor al frente francés en la Primera Gran Guerra escribe: “don Ramón se viste de carlista, con su boina y un capote que no se sabe de dónde ha sacado” (pág 121).

Un carlismo, naturalmente en clave estética tratándose de Valle-Inclán, que se mantuvo más allá de su supuesto giro a la izquierda allá por los años veinte, que pudo tener como una de sus causas el que el estado mayor del carlismo no le mimara a pesar de la glosa de su Causa que resultaba de sus novelas y de haber ocupado la presidencia en muchos de los banquetes del Tradicionalismo, quizás porque “no dieron importancia al artificio aristocrático y fantasioso del Carlismo Valleinclanesco”. Su republicanismo nuevo coincidía con los republicanos en criticar a la pseudomonarquía constitucional, que fue precisamente anticarlista, lo que resulta compatible con que Valle Inclán conservara a lo largo de toda su vida y producción su veta carlista. Está conforme en la disconformidad, pero la enemistad compartida no une nunca. Y así queda patente cuando proclama al final de sus días: “España no tiene nada que ver con el mundo…Por eso en cuanto acepta algo extranjero, se produce un derrumbe de huesos y peñascos…” (pág. 183).

Valle Inclán, que considera al liberalismo destructor de la tradición española, y al que Antonio Machado quiere deformar presentándole como pasado a los suyos, escribe en 1920: “He leído cuanto en estos tiempos han escrito los orates del liberalismo, en la desventurada y destartalada patria nuestra, y acabo pensando que ninguno apunta por honrado ni por discreto. La vida campesina que llevo en estos últimos tiempos, en la tierra gallega, me permite entrever la horrible lacra, la espantosa afrenta que sufre el Alma Mater Hispánica. El imperativo que primero se os pone por delante liberales orates es crear un nuevo vínculo para la Unidad Española. Está dispersa en su noche triste el alma nacional y hay que convocarla. Pero no penséis que acuda a una orquesta de organillo, ocarina y guitarra. (…) Liberales orates, hay que inventar un nuevo vínculo de unidad hispánica: hay que inventarlo y vosotros no podéis. Se crea con el alma y no la tenéis. Es obra de profetas”.

Porque Valle Inclán estuvo siempre próximo al Carlismo, incluido el tramo final de su vida, el 22 de abril de 1931 Don Jaime de Borbón, el Jaime III de la dinastía carlista, le escribió desde Paris para nombrarle caballero de la recién creada Orden de la Legitimidad Proscrita, considerándolo un deber de justicia y de agradecimiento “por el tesón con que has defendido siempre en tus admirables escritos la causa de la Monarquía Legítima que yo represento”. Valle Inclán no dejó nunca de lucir su medalla, incluso en ocasiones en la que portarla podría considerarse una provocación.

El especialista Juan Durán Valdés nos da las claves de ese carlismo de Valle Inclán que se mantuvo durante toda su vida y hasta sus últimos escritos, los tres tomos de su proyectada serie “Ruedo Ibérico”, de la que solo se publicarían tres tomos: “El carlismo de Valle no tuvo nada que ver con una adscripción lógica a unos principios, lógicos también; ni mucho menos con un encuadramiento en un aparato de grupo ideológico o partido político. Afortunadamente, no en vano el Carlismo es “Comunión” en su más amplio sentido. El Carlismo de Valle puede argumentarse que no fue un sistema lógico de principios e ideas racionales, sino más bien una intuición y la expresión de una afectividad, encarnación de motivos, de sentimientos y de vivencias, y proyección de los mismos en una obra que consumió su vida. No fue en ello el único, porque otros muchos carlistas llegaron al Carlismo por vía predominantemente emocional, por admiración cordial más que por especulación ideológica. Por esa misma vía, en su caso de la sensibilidad estética, Valle Inclán “comulgó” hasta el final de su vida con los temas, con los afectos, con las emociones y modos de ser internos y externos del Carlismo español. Piénsese incluso en el inequívoco significado del hecho de haber puesto en la pila bautismal a sus hijos los nombres que hoy llevan, evocadores de las egregias figuras de la dinastía legítima que también los llevaron”.

Es curioso que Pedro Sánchez se interese por la figura del deslenguado, insobornable, barroco y valeroso hidalgo Don Ramón María del Valle Inclán, como le llama Durán, y quisiera que le hablara del Carlismo. Quizás se ha creído, como falsamente se lo creyó Antonio Machado, que es uno de los suyos, o pretende “resignificar” su figura al gusto de la progresía, como hacen con tantas figuras de nuestra cultura deformando sus biografías y el sentido de su obra.

Lea, lea atentamente, Sr. Sánchez, y a ver si el marqués de Bradomín le cuenta algo sobre los que, como usted, se afanaban por enterrar a España, y los que, en las filas de Don Carlos y el Carlismo, luchaban y siguen luchando por hacérselo imposible.

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