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  • Museo Carlista de Madrid

La maleta del P. Marticorena S.J, joya del MCM


El Tercio de San Ignacio se formó en septiembre de 1936 con requetés guipuzcoanos de las poblaciones de la cuenca del Urola como Azpeitia, Azcoitia, Loyola y Cestona, es decir, de la tierra donde nació el gran santo. El nombre fue impuesto por la Junta Carlista de Guerra de Guipúzcoa y desde el principio estuvo integrado dentro de las Brigadas Navarras, que avanzaban por la provincia de Guipúzcoa haciendo posible el reclutamiento de voluntarios. La misión inicial del Tercio, formado entonces por tres compañías, fue la vigilancia de la zona costera entre Motrico y Zarauz.

A principios de noviembre la 3ª compañía, mandada por el capitán de requetés Luis del Campo ocupa posiciones en Urcarregui. Su composición es de 134 hombres. El Tercio está integrado en la 2ª Brigada Navarra.

A fines de marzo de 1937, ante la inminencia del ataque a Vizcaya desde Álava y Guipuzcoa, las tres compañías del Tercio son trasladadas a la zona del Alto Deva –origen de la estirpe familiar de quien esto escribe-, desde donde el día 30 empezaría la ofensiva sobre Vizcaya. Las tres compañías del Tercio actuarían separadas. La ruptura del frente se efectúo partiendo de Escoriaza hacia Arechavaleta. El mismo día 31 cae muerto el requeté de quince años Modesto Alberdi, la segunda baja que sufría la unidad.

El día 2 de abril tiene lugar el primer combate de importancia en la lucha por el monte Aranguio, en el macizo de Amboto. Tras diez horas de combate se alcanzó la cumbre del monte, de la que hubo, no obstante, que retirarse a causa de la espesa niebla. En el ascenso resultó herido en un brazo el P. Ángel Marticorena, capellán de la 3ª compañía. A pesar de ello continuó subiendo por los peñascales, desoyendo las voces de los que estaban cerca de él, que advierten la sangre en su guerrera. “No; no es nada; adelante, ¡Viva España!”, responde el pater, mientras se dirige hacia la derecha, que era la zona más batida. El propio capitán Campo, advirtiendo la situación, pide al sacerdote que no vaya por esa zona, donde sería imposible no ser alcanzado; pero el jesuita contesta que tiene que llegar hasta un requeté herido que agonizaba y que no se preocupara que se protegería con el casco. Unos minutos después y unos pasos más adelante el pater estrecha contra su pecho la cabeza moribunda del voluntario requeté azpeitiano Juan José Elorza, que se desangra. En ese momento una bala enemiga se clava en el casco del sacerdote. El capitán pudo contemplar entonces como el Padre Marticorena se incorporó levemente, sacó el crucifijo, lo besó y lo levantó un poco mostrándolo al enemigo, antes de caer inane sobre el terreno.

Trasladado su cadáver a Vitoria, su entierro se celebró el día 4 de abril. Como escribió el rector del colegio de San Ignacio de San Sebastián, el P. Pereda S.J , en su oración fúnebre, “murió con la más ideal de las muertes para un sacerdote jesuita y capellán militar, abrazado a un herido grave que enviaba al Cielo, a donde también llegarían abrazadas las dos almas”.



El P. Ángel Marticorena Recalde era natural de Betelu (Navarra), donde nació el 15 de agosto de 1901 en una familia de hondas raíces cristianas. Su primo, Juan Echave, fue concejal tradicionalista. Huérfano desde muy joven, hizo sus primeros estudios en el colegio de los jesuitas de Tudela. En 1920 ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús. Recién acabados sus estudios se produjo el Alzamiento de Julio del 36, y pocas semanas después pidió un puesto de capellán en el Tercio de Requetés que llevaba el nombre de su glorioso fundador, que empezaba a formarse. Durante los pocos meses que ejerció su cometido, se distinguió por el elevado espíritu con el que veló por el alma de los jóvenes requetés que tenía encomendados, impartiendo tandas de Ejercicios Espirituales en pequeños grupos y organizando clases y conferencias en los ratos de ocio.

Por un milagro de la Providencia divina, se ha conservado e incorporado al Museo Carlista de Madrid, gracias a la generosidad de un veterano carlista vasco, la maleta con el altar de campaña que fue propiedad del heroico capellán de la 3ª compañía del Tercio de San Ignacio, el P. Ángel Marticorena S.J. En ella se contienen las patas plegables y bandeja de madera para formar el altar, juntamente con los ornamentos sagrados - incluyendo su casulla y estola-, un pequeño cáliz de plata, el portacorporales, vinajeras y cucharilla, patena, campanilla, y hasta una pequeña cajita metálica con formas no consagradas que aún se conservan, además del misal con el texto en latín de la Misa, editado por el obispado de Pamplona en 1935.


Para el Museo Carlista de Madrid, la maleta y su contenido, especialmente las piezas usadas para la Consagración, son el mayor tesoro y la joya que por si sola vale más que todo los demás que pueda estar expuesto. Otros papeles u objetos emocionará pensar que contienen la letra escrita de figuras inmortales de la historia carlista, los Zumalacárregui, Cabrera, Ollo, Elio…, o incluso que pertenecieron o estuvieron entre las manos de los propios reyes de la dinastía legitima. Pero la maleta del P. Marticorena S.J con la que oficiaba la Santa Misa en campaña, era el corazón apostólico de un sacerdote. Su cáliz, su patena, sus lienzos, no sólo fueron tocados por los dedos de un mártir y un héroe, sino que tocaron el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de los que gobiernan.

Ante ello, todo lo demás palidece.

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