De ningún Pretendiente carlista poseemos tanto material gráfico como de Don Carlos de Borbón y Austria-Este, el rey Carlos VII. La celebridad que tuvo en su época, así como su intuición del valor de la imagen para la propaganda política, hace que conozcamos más de cuatrocientas fotografías y más de cincuenta retratos al óleo suyos, sin contar los innumerables grabados y dibujos con su imagen realizados en el último siglo y medio.
En la mayoría de las imágenes que conservamos del más icónico de los monarcas legitimistas, Don Carlos aparece luciendo uniforme militar, en muchos casos acompañado de su sable. Sables muy diversos, según la fotografía o pintura, especialmente en la etapa previa y durante la guerra de 1872 a 1876. De entre todos ellos, destaca singularmente uno, con el que Don Carlos se retrató con frecuencia y que fue el que le acompañó en su capilla ardiente en el hotel Excelsior de Varesse a su muerte en julio de 1909.
Capilla ardiente de Don Carlos, vestido con el uniforme de Capitán General y portando el sable con la cazoleta en forma de flor de lis.
Nos referimos a un bellísimo sable con cazoleta damasquinada con forma de flor de lis, que contemplamos por primera vez en las fotografías de Carlos VII tomadas en Bayona en 1875 por Ferdinand Berillon (en otras anteriores, de estar presente, no es posible apreciarlo con claridad). A partir de entonces, se convierte en el sable más habitual de los portados por el rey, apareciendo en los retratos realizados en Londres en 1875 por Elliot & Fry, en Nantes en 1876 por V. Girad, en Londres en 1881 por E. Mayall, si bien alternándolo con otros sables en las fotografías y retratos de aquella misma época posterior al final de la guerra.
Fotografía de Don Carlos en Tolosa en otoño de 1875, luciendo su sable con la flor de lis.
Una de las muchas fotografías en las que Don Carlos, en esta ocasión posando con Doña Margarita, aparece portando su sable con la cazoleta en forma de flor de lis.
Pero es en los grandes retratos al óleo, que pasarían a ser las imágenes más características del gran rey carlista, donde el sable de la flor de lis se asocia más estrechamente a su majestuosa figura. Nos referimos a los cuadros pintados por el francés León Joseph Bonnat, propiedad en la actualidad del conde Wurmbrand-Stuppach; por Carlos Vázquez Úbeda, pintado probablemente en 1897; y, sobre todo, al celebre retrato de Don Carlos con su perro León que colgaba en las paredes del palacio de Loredán, cuyo autor desconocemos y que se basó en la fotografía de estudio realizada por G. Contarini en 1898 o 1899.
Legendaria fotografía de Carlos VII con su perro León, realizada en Venecia a finales de siglo por el fotógrafo Contarini. En ella se aprecia el sable de cazoleta damasquinada y forma de flor de lis
En todos ellos -y no, sin embargo, en otros, como los grandes retratos que le pintaron Enrique Estevan, José Soriano Fort o Manuel Fort o Manuel Ojeda Siles-, Don Carlos lucía el bellísimo sable con la cazoleta formada por una flor de lis, sin duda el que más realzaba su condición de rey. Cada pintor inspiró su obra normalmente en una fotografía, y ya hemos comentado que en muchas de ellas el Duque de Madrid lució distintos sables, según la ocasión y circunstancia.
Retratos de Carlos VII portando el sable con la flor de lis: de izda a drcha los realizados por Bonnat, Vázquez, pintor desconocido sobre fotografía de G. Contarini, y Spy.
No deja de ser curioso que en la vidriera conservada en el Museo Carlista de Madrid, realizada a finales del siglo XIX y quizás procedente del propio palacio de Loradán, el mismo sable aparece no sólo portado por Carlos VII, como en los retratos vistos anteriormente, sino también por su abuelo el rey Carlos V. Un detalle difícil de interpretar.
Retratos de Carlos VII y Carlos V en la vidriera conservada en el Museo Carlista de Madrid, de finales del siglo XIX (fragmento). Tanto Carlos VII, a la izda, como Carlos V, a la drcha, portan el sable con la flor de lis.
El paradero del sable de la flor de lis ha sido siempre motivo de especulación entre los estudiosos de la figura del más destacado de los reyes carlistas, y especialmente entre los coleccionistas de recuerdos históricos del Carlismo.
Por la información suministrada por nuestros amigos Víctor Sierra-Sesumaga e Iñigo Pérez de Rada, verdaderos pozos de sabiduría respecto a todas estas cuestiones, sabemos que Doña Blanca, la hija mayor de Carlos VII, entregó el sable al Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona durante un viaje a España. Dicho sable, que se exponía en una vitrina junto a una chaqueta del Escuadrón Real y una boina, participó en la exposición de los objetos del Museo que se llevó a cabo en Sangüesa, y que resultó en la desaparición de muchos de ellos. Una buena parte fueron llevados al Círculo Carlista de Tudela, y constituyen el legado que el Partido Carlista cedió posteriormente en depósito al Museo del Carlismo de Estella, donde hoy pueden contemplarse. Otros, sin embargo, desaparecieron en aquel episodio truculento y pasaron a manos particulares, habiéndose perdido su paradero. Entre estos últimos estaba el sable de Don Carlos con la cazoleta en forma de flor de lis.
Vitrina del desaparecido Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona en la que se mostraba el sable de Carlos VII
Sable de Carlos VII hoy en paradero desconocido. A la derecha, dibujo aparecido en el periódico carlista bonaerense El Legitimista Español.
Es por todo lo anterior por lo que resulta una noticia destacable la reaparición -aunque haya sido de una manera fugaz y desapercibida para casi todos-, del famoso sable de Don Carlos en una subasta celebrada en Munich a finales de la pasada década por la casa de subastas Hermann Historica (hermann-historica.de), especializada precisamente en objetos históricos y piezas militares. Una subasta de la que ningún español quizás se enteró a tiempo, y cuyo resultado ha sido, consiguientemente, la nueva desaparición de la pieza, comprada por algún coleccionista anónimo o institución foránea, cuyo paradero resulta muy complicado rastrear.
Volvíamos así al punto de partida, con el sable desparecido a efectos prácticos, si bien quedando acreditada su supervivencia.
Afortunadamente podemos disponer de las fotografías con las que fue anunciado por la casa de subastas, que se encuentran reproducidas en una página web británica dedicada a los sables y espadas victorianos (https://victoriansword.tumblr.com).
Fotografías del lote subastado por la casa de subastas alemana Hermann Historica
El responsable de la web británica señala haber indagado sobre el origen del sable -que no figuraba en la descripción del lote por parte de la casa de subastas, que lo etiquetaba como un regalo de España a Gran Bretaña-, llegando a la conclusión de su relación con Don Carlos de Borbón. Se basaba para ello en la cifra C7 que aparece en una hebilla que formaba parte del lote, así como en el famoso dibujo del rey carlista realizado por Spy para la revista Vanity Fair, en la que aparece el sable de la flor de lis claramente representado.
Según la valoración del experto inglés, el sable consiste en “An amazing presentation quality sword with a German blade and Spanish and French Inscriptions. I’m not sure I agree with the auction house’s attribution (a gift from Spain to Britain), but they are correct that “DiEU ET MON DROIT” is the motto of the monarch of the United Kingdom. It is a fascinating sword and visually quite stunning and unique”.
Las fotografías aportadas del sable nos permiten conocer detalles que ayudan a esclarecer su posible datación y origen. En el interior de la cazoleta se aprecian tres inscripciones: “Dieu et moin droit”, “Adelante” y “Lácar”.
“Dieu et moin droit”, que significa "Dios y mi derecho" en francés antiguo, es el lema de la monarquía inglesa. El lema fue utilizado por primera vez por Ricardo I (1157-1199) como grito de guerra y adoptado después para los monarcas británicos desde Enrique V. Se supone que fue una referencia a la ascendencia francesa del rey inglés y al derecho divino del monarca a gobernar. Su adopción como lema de los monarcas británicos por Enrique V puede ser vista implícitamente como una reclamación por descendencia a la corona francesa. Quizás estas claves nos permitan entender su inscripción en el sable de Carlos VII, que sólo pocos años después se convertiría en cabeza de la dinastía de los Capetos.
“Adelante”, sabemos que fue una divisa utilizada por Don Carlos. La encontramos en la medalla de Alpens, de 1873, en cuyo reverso se lee: “¡Adelante! Esta es mi divisa. Carlos”, como nos ha hecho notar nuestra amiga Teresa Jaurrieta. Un ¡Adelante! equivalente castellano del ¡Aurrera! vascuence, que con tanta frecuencia debía exclamarse al frente de las aguerridas tropas carlistas vasco-navarras, infundiendo en los voluntarios ánimo para el combate.
Medalla de la batalla de Alpens
Mayor interés tiene la inscripción “Lácar” que se encuentra en otro lugar de la cazoleta, pues ello apunta a que el sable debió ser un regalo al rey con motivo de la sonada victoria de sus armas en la batalla de Lácar, cuyo comienzo tuvo lugar el 3 de febrero de 1875, y que constituyó probablemente la mayor victoria carlista en la Tercera Guerra. Ello explica esa observación inicial de que las primeras fotografías en las que Don Carlos aparece portando el sable de la flor de lis sean precisamente de 1875, y abona la teoría de que se tratara de un encargo o un obsequio al rey en conmemoración de la victoria.
El especialista inglés que comentó las características del sable, señala que su hoja es de fabricación alemana. Las fotos no permiten distinguir con suficiente claridad los elementos en que pudiera basarse para afirmarlo. Sin embargo, el damasquinado de la empuñadura -y la hoja no tiene por qué tener origen diferente-, recuerda mucho el trabajo de los armeros vascos de Éibar, de los que conocemos muchas piezas realizadas con la misma técnica e insuperable calidad.
Lo curioso del caso es que cuando se contrastan estas características y las fotografías del sable subastado en Alemania con las que se conservan del sable que estuvo en el Museo de Recuerdos Históricos, se aprecia que se trata de piezas diferentes, como bien ha observado mi amigo y eminente "espadólogo" Vicente Toledo. Mientras que en uno la divisa “Adelante” se encuentra en el frente externo de la cazoleta, en la otra figura en la parte interior, apareciendo en el frente el “Dieu et moin droit”. En uno, la empuñadura es de color negro, mientras que en el otro es blanca. Además, la hoja y la vaina del sable que estuvo en el museo pamplonés eran mucho más sencillas que las del sable aparecido en Alemania, ricamente decorado y acompañado de toda una serie de elementos de correaje del que carecía el anterior ejemplar conocido hasta ahora.
A la izquierda, sable que estuvo en el Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona. A la derecha, el subastado en Alemania.
La conclusión es que Don Carlos tuvo dos sables similares, uno más “de diario” y otro mucho más engalanado o de capricho. Quizás el primero es el que aparezca en las fotografías tomadas durante la guerra, mientras que el segundo lo usara el rey para poses de estudio o retratos especiales, como en el que aparece con su perro León.
Don Carlos poseyó, sin duda, muchos sables, usados por él o conservados en recuerdo de la guerra en el famoso Salón de Batallas del palacio de Loredán. La mayoría de aquellos tesoros históricos se perdió con la venta del palacio por parte de su viuda al concluir la Primera Guerra Mundial.
Entre ellos debía encontrarse otro sable, verdadera joya, que el rey recibió de un obsequiante anónimo en 1890, que conocemos a través de una fotografía publicada en El Estandarte Real. Hoy se encuentra desaparecido, quizás para siempre o quizás hasta que aparezca en una subasta en cualquier lugar.
Sable regalado a Don Carlos por un obsequiante anónimo en 1890. Fotografía publicada en El Estandarte Real
En todo caso, está claro que Don Carlos apreciaba especialmente su sable con la cazoleta en forma de flor de lis, por encima de cualquier otro. No en vano fue el elegido para acompañarle corpore insepulto en su última comparecencia, vestido con el uniforme de Capitán General del Ejército Real y portando en la mano el rosario de oro que le regaló su madre y la estampa del Niño Jesús de Praga que tanto amaba.
Subastado en Alemania, satisface conocer que el sable favorito de Don Carlos sobrevive a los avatares del tiempo y los cambios de residencia y propietario. Aunque entristezca resignarse a una nueva desaparición en manos foráneas, cuando su lugar idóneo sería en un museo español, rodeado de recuerdos históricos y reliquias del glorioso pasado del Carlismo.
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