(El Museo Carlista de Madrid, localizado en ese santuario de la Monarquía Hispánica que es San Lorenzo de El Escorial, es un museo singular, diferente de los otros museos que tienen alguna relación con la historia del Carlismo (Museo del Carlismo de Estella, Museo Zumalacárregui de Ormaiztegui, Museo Cerralbo, Museos del Ejército etc). Las características que hacen del Museo Carlista de Madrid un Museo en cierta medida único en su género, son cuatro principales:
1ª. El Museo Carlista de Madrid es un Museo privado, incluso un Museo personal.
-Las colecciones particulares, tan desconocidas y despreciadas por los poderes públicos, constituyen un importante bien patrimonial de dimensión comunitaria. Su existencia es resultado de dos móviles que resultan inasequibles a la iniciativa pública:
-La pasión, que a veces -como cualquier coleccionista sabe- puede incluso llegar a ser obsesiva, cayendo en lo que ahora se llama “frikismo”, pero que es la única fuerza motriz capaz de derribar muros de incomprensión y abrir caminos en la selva.
-Y la constancia o continuidad en el esfuerzo, mantenida a menudo durante décadas o, incluso, toda una vida, y que está vedada a una administración pública sujeta a los vaivenes de la política y el cortoplacismo.
-La importancia de las colecciones particulares queda subrayada por el hecho de que muchas de ellas se encuentran en el origen de alguno de los museos más importantes del mundo. Los casos del Museo Cerralbo, aquí representado, el Thyssen o incluso el Museo del Prado, son elocuentes testimonios sin salir de nuestras fronteras.
Esta importancia de las colecciones privadas contrasta con el desinterés por las mismas de las administraciones públicas -tan distinto de lo que sucede en el mundo anglosajón-, que no sólo no proporcionan ayudas, sino que, a menudo, obstaculiza su desarrollo con un buen número de trabas.
Me vienen a la cabeza los casos de la soberbia colección de retratos en miniatura de los siglos XVIII y XIX de Martínez Lanzas, o la impresionante colección de teléfonos históricos propiedad de un comerciante del Rastro madrileño, probablemente la mejor del mundo, que harto de llamar a las ventanillas oficiales sin recibir el menor interés, solo espera “a un americano que pase por la tienda y la compre para llevársela a Estados Unidos”.
-Y es que, como me explicaba la presidenta de la Asociación Española de Museólogos, el destino de los museos privados españoles es, en la mayoría de los casos, malvivir primero y sucumbir después. La falta de una personalidad jurídica específica, las carencias financieras y la dificultad de su continuidad más allá de la vida de su promotor inicial, constituyen tres dificultades prácticas que en otros países se han resuelto, y que en nuestro entorno esperan desde hace décadas -o acaso siglos- una actuación inteligente y con altura de miras por parte de los responsables de la Cultura oficial.
2ª. El Museo Carlista de Madrid es, aún más si cabe que otros museos, un museo “berkeleyano”.
-Fue el pastor anglicano, escritor y filósofo irlandés George Berkeley (1685-1753), padre del llamado idealismo subjetivo o inmaterialismo, quien dijo aquello de que las cosas existen sólo en la medida en que son percibidas por los sentidos. Es decir, por decirlo de manera vulgar, que las cosas no son percibidas porque existen, sino que existen porque son percibidas. O sea que los objetos percibidos son los únicos que pueden conocerse.
-Esta afirmación tiene su importancia en el contexto de la llamada Ley de Memoria Histórica, intento orweliano de tratar de borrar de la historia todo aquello que no conviene al nuevo relato oficial. Si eliminamos cualquier vestigio perceptible del pasado que no interesa, lo que ocurrió, el pasado, dejará de existir, simplemente se esfumará.
Si todo lo anterior es aplicable a la Historia de España, en general, lo es especialmente en lo relativo al Carlismo, quizás lo más opuesto a la ideología dominante y que, ya antes de imponerse la actual reelaboración de la Historia, había sufrido el destino reservado a las causas perdidas. Desaparecidos sus restos tangibles, borradas con saña sus huellas, destruidos los monumentos que conmemoraban sus gestas, ocultado el nombre de sus protagonistas, desaparecida su traza de los manuales escolares de Historia, su existencia será ya imperceptible -ni ojos, ni oídos, ni tacto podrán percibir su huella- y, por tanto, simplemente habrá dejado de existir o, para ser más exactos, nunca habrá existido.
-Contra esta perversión de retirar de la circulación cualquier vestigio perceptible de nuestro pasado, no hay mejor antídoto que poner encima de la mesa los documentos con su olor a papel añejo, mirar a la cara a los protagonistas plasmados en los viejos óleos o grabados del XIX, rescatar los libros cubiertos de polvo, pasar los dedos por encima de los sables oxidados y la tela apolillada de los uniformes, mirara las banderas que antaño tremolaron al frente de los batallones…Percibir, en una palabra, con los sentidos, para estar muy seguros de que todo aquello existió, y de que, en la medida en que lo seguimos percibiendo, tendrá la capacidad de seguir siempre existiendo.
Por eso el Museo Carlista de Madrid -en el que se entra dentro, se mira, se huele y se palpa -quizás de una manera más intensa que en otros museos-, constituye la mejor vacuna contra la pretensión totalitaria de negar al Carlismo su lugar en la historia de España. Por eso la existencia misma de un Museo del Carlismo permite la continuidad en el ser, hasta nuestros días, de un Causa que de lo contrario correría el riesgo de ser considerada una leyenda del pasado, un cantar de gesta.
3ª. El Museo Carlista de Madrid es, en algún sentido, más una muestra del patrimonio material del Carlismo que un Museo al uso.
-Me explico: es frecuente en los ambientes de anticuarios, almonedistas etc referirse a determinados objetos como “pieza de museo”. Se quiere enfatizar con ello ese carácter de pieza única y de valor intrínseco que convierte a un determinado objeto en digno de ser exhibido en un museo. La singularidad y el valor tasable se antojan así como requisitos para que algo forme parte de una exhibición museística.
-En el Museo Carlista de Madrid se encuentran un buen número de “piezas de museo”, y algunas de ellas muy relevantes:
-La pinacoteca reúne algunos de los mejores cuadros existentes de pintura carlista: los grandes retratos de Carlos VII pintados por Soriano Fort, Manuel Ojeda o León Abadías; el extraordinario retrato del general Cabrera pintado por John Prescott Knight, y que el conde de Morella tuvo colgado en su residencia de Wentworth; los cuadros “Un día de guerra” de Joaquín Agrasot, “Cabrera ante sus tropas” de Mikel Olazábal, o “La cantinera y el carlista” de Carmen Gorbe; el retrato de un requeté pintado por Fernando Álvarez de Sotomayor; los cinco extraordinarios lienzos de nuestro admirado Augusto Ferrer-Dalmau…
-En la llamada “Escalera de las banderas” y en otras zonas pueden apreciarse banderas históricas de distintos Tercios de Requetés, de la AET, de las Margaritas de Aragón, así como la bandera de los Voluntarios Navarros en la Guerra contra la República Francesa y dos banderas de la Tercera Guerra de gran valor.
-En la colección se exhiben piezas únicas, como las correspondientes al legado del Marqués de Valde-espina, entre ellas un fajín de capitán general perteneciente a Carlos VII o un sable utilizado por Carlos V en la Primera Guerra; o la Cruz Laureada de San Fernando ganada por Cabrera en el paso del Ebro de la Expedición Real; o un soberbio busto en bronce de Don Jaime que perteneció al general Sanjurjo; o las placas de hierro fundido que tapizaban con los nombres de los caídos la Cruz profanada del Monumento de Isusquiza; o la maleta de campaña del Padre Marticorena SJ, heroico capellán de la 3ª Compañía del Tercio de San Ignacio, por no citar otras muchas.
-Pero junto a estas indudables “piezas de museo”, la colección reúne también otros muchos objetos que si bien no pueden considerarse “sin par” ni de “valor intrínseco”, son, sin embargo, indispensables para mostrar un panorama completo y real de la historia del Carlismo, de ese Carlismo que no se encarnó en palacios ni con objetos lujosos, sino en modestos voluntarios y carlistas de a pie, cuyo rastro descubrimos en panfletos o boletines; en sencillos documentos militares de rústica caligrafía; en boinas y corrientes botones de uniforme; en banderines; en sellos postales; en humildes insignias, medallas y detentes; en fotografías anónimas o dedicadas; en grabados o figuritas recordatorias de sus reyes…
Es todo este patrimonio material, que no desprecia la modestia de las “no piezas-de-museo”, lo que permite al Museo Carlista de Madrid ofrecer una muestra extraordinaria del Carlismo en todas sus dimensiones y facetas -militares y civiles, dinásticas y populares- y en todas sus épocas, que no se encuentra en ningún otro Museo.
4ª. Pero quizás la característica del Museo Carlista de Madrid que hace de él un Museo singular, es que se trata de un museo carlista, que es diferente que ser un museo sobre el Carlismo.
En efecto, el Museo Carlista de Madrid es, y no tengo rubor en afirmarlo públicamente, un museo militante -que no quiere decir sectario-, un museo concebido como una obra de apostolado político y religioso, como una catequesis patriótica al servicio de la Causa de la España Católica y Tradicional, de la que pretende ser un humilde instrumento más.
-El Museo se inauguró el año 2019, coincidiendo con el Centenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús. Y no fue un hecho ni casual ni anecdótico, sino providencial y pretendido, porque esa circunstancia marca la vocación con la que el Museo fue creado y el objetivo único que inspira su existencia.
-Todo ello hace que el Museo Carlista de Madrid sea más que una exposición, y más allá de ser un museo, pretenda ser también un medio de restauración social, un centro de estudio e investigación, un ámbito de encuentro y colaboración, y un foco monacal de irradiación cultural.
Pero, sobre todo, pretende ser un hogar en donde todos los buenos españoles se encuentren en su casa, porque, como decía Carlos VII, “bajo nuestra bandera cabe todo español honrado”, y porque hoy es imposible sobrevivir aislado.
Por eso museo no es en este caso sinónimo de pasado, porque en el caso del Museo Carlista de Madrid ese pasado, que es la historia de la resistencia de la nación española frente a la Revolución, no es un fósil esculpido en piedra, sino la tradición recibida, que debemos conocer porque es el fundamento único sobre el que puede construirse el presente y proyectarse el futuro.
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