El “Retrato de un Requeté”, de Fernando Álvarez de Sotomayor, ha sido considerado por algunos “posiblemente la mejor pintura carlista jamás realizada”.
La obra, firmada pero no fechada, data con la mayor probabilidad del período 1939-1940, o incluso del año anterior, cuando, inmediatamente antes de ser nombrado alcalde de La Coruña, “hice un viaje a San Sebastián en donde tuve que hacer varios retratos”, según narra el pintor en sus apasionantes Memorias, publicadas por la Universidad de Santiago en 2016, después de más de medio siglo celosamente custodiadas en manos de su familia.
Desde que el retrato, pintado por encargo particular, salió a la luz pública a finales de los años 90 del pasado siglo, ha existido un enigma sobre la personalidad del retratado.
El cuadro no figuró en ninguna de las exposiciones realizadas por el pintor en la postguerra o posteriormente. La primera vez que tuvimos conocimiento de él fue en un stand de Feriarte, donde se le denominaba simplemente “Retrato de un Requeté”. Más tarde, en su salida a subasta en la casa Ansorena en diciembre de 2002, su descripción resultaba aún menos precisa: “Retrato de joven con uniforme”.
Desde entonces, y con el retrato en manos de un coleccionista particular de Madrid, amigo de una de las hijas del pintor, María del Rosario, que no pudo identificar al retratado, el cuadro sólo fue mostrado al público en una ocasión, en la exposición “Sotomayor de Calle Real”, celebrada en el Centro Cultural Torrente Ballester de su Ferrol natal del 19 de diciembre de 2004 al 31 de enero de 2005, organizada por el Ayuntamiento ferrolano y la Fundación Barrié. En el catálogo de la exposición, el cuadro se titulaba simplemente “Carlista”.
Es curioso este vaivén de títulos, explicable porque el retratado, con camisa caqui, portando un fusil en su mano derecha y agarrando una boina roja con la izquierda, carecía en realidad de cualquier otro distintivo que pudiera identificarle. Ni siquiera su condición de requeté podría, en ese sentido, garantizarse estrictamente, dado que no son los requetés los únicos uniformados que han llevado boina roja.
Cuando el retrato fue adquirido a su anterior propietario por el Museo Carlista de Madrid, en septiembre del presente año, como una pieza de primer orden para enriquecer sus valiosos fondos, una observación minuciosa de la pintura hizo sospechar de un posible repinte en la zona del bolsillo de la camisa, que quedó confirmado mediante luz ultravioleta. A partir de ello, la intervención de un restaurador permitió sacar a el parche requeté con el emblema del águila bicéfala y el aspa de San Andrés, que había pintado el autor, y que una superficial mano de pintura -realizada incluso encima de la capa de barniz, había tratado de ocultar.
Rescatado el aspecto original del retrato que, ya con total certeza, podemos llamar de un requeté, persiste el misterio original sobre la identidad del retratado, a la que se suma ahora el enigma sobre las circunstancias que llevaron a ocultar su condición de carlista y, sobre todo, sobre a quién corresponde la autoría de tan burda fechoría, realizada además sobre uno de los mejores retratos de uno de los más grandes pintores españoles del pasado siglo.
Un pintor, Fernando Álvarez de Sotomayor (1875-1960), que fue director del Prado antes y después de la II República, y cuyas ideas firmemente católicas y monárquicas, y su apoyo sin paliativos al Alzamiento Nacional de julio de 1936, le han llevado hoy a ser demonizado por la intelectualidad progre y nacionalista de su tierra gallega, de la que fue una de las más altas cimas artísticas de toda su historia.
Su figura merece la pena ser conocida y sus Memorias divulgadas como un texto conmovedor y un retrato fiel de la España convulsa que le tocó vivir.
Prometemos volver sobre él.
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