Relato una anécdota: negociación con un anticuario de ideología filonazi sobre el precio de unas piezas de coleccionismo que me gustaría comprar. Argumento que un precio excesivo -o un gasto excesivo por mi parte- me situaría ante un dilema moral en las circunstancias actuales, en las que hay tanta gente en nuestros propias ciudades que empieza a no tener ni para comer y acuden en largas colas a los bancos de alimentos. Contestación de mi interlocutor: “Bueno, nosotros perdimos nuestra guerra y nuestro modelo de sociedad hace tiempo y es responsabilidad de los que gobiernan ahora las consecuencias”.
Admito que un escalofrío me recorrió la médula espinal al leer esta respuesta. Como un fogonazo iluminador, entendí de golpe la diferencia esencial entre el nacional-socialismo y lo que aquí llaman la extrema derecha. Entendí de repente por qué el nacional-socialismo es una ideología radicalmente anticristiana y, consecuentemente, por qué será siempre una planta exótica entre españoles, por muy ultras que sean, por muy extremistas que sean, por mucho incluso, que coqueteando en las formas, extiendan el brazo o crean simpatizar con los fascismos.
La esencia es esa falta de compasión, esa actitud del hombre superior que considera que el infortunado, el débil, el pobre, el minusválido, que el inferior, en una palabra, no merece compasión, como no la merece ante el darwinismo el ñu que cojea, la cebra de carrera más lenta o el miembro defectuoso de la manada. Son Nietzsche y Fichte en estado puro, son los hijos de Kant y de Schopenhauer, es la filosofía alemana que dio lugar al concepto de superioridad racial y de exterminio de los representantes espurios de la raza humana, judíos, gitanos, negros, tarados, cristianos piadosos y débiles por compasivos…
“Nosotros perdimos nuestro modelo de sociedad hace tiempo”, esa que aseguraba la supervivencia única de los fuertes, de los ejemplares superiores de la raza, de la perfección creadora y del genio del hombre nuevo, capaz de crear un orden superior, una nueva humanidad…pues ahora que apechuguen con las legiones de indigentes, inmigrantes, parados, enfermos y todos los frutos de sus ideologías y creencias decadentes.
La compasión es la clave. Quizás la esencia del cristianismo. Quizás la aportación más revolucionaria de la Civilización Cristiana. Probablemente la quintaesencia de eso que llamamos Hispanidad como misión en el mundo, tal y como la puso en práctica España a lo largo de los siglos, tal y como la glosó Ramiro de Maeztu en las páginas inmortales de su Defensa de la Hispanidad.
Ningún español puede serlo si en el fondo de su actitud ante la vida no late la cultura cristiana de la que somos hijos. Ningún cristiano puede serlo si en el fondo de su corazón no acoge la compasión por el infortunado y por el débil. Sólo el cristianismo nos ha enseñado que todos los hombres, independientemente de nuestro mérito y de nuestro valor, somos hijos de Dios. Sólo el cristianismo nos ha enseñado a ver en el otro, particularmente en el que sufre, la imagen de otro Cristo, la imagen viva de Cristo doliente.
Supongo que por eso el cristianismo sufrió persecución en la Alemania nazi. Supongo que pronto descubrieron que se trataba de visiones del mundo y del hombre radicalmente incompatibles. Por eso me parece un insulto que se compare el régimen de Franco con el nacional-socialismo. Por mucho que en ambos se levantara el brazo. Por eso Franco estuvo mucho más lejos de Hitler que lo que estaba de Churchill. Aunque tuviera que aparentar lo contrario para poder ganar la guerra. Y por eso Stalin estaba mucho más cerca del nacional-socialismo que lo que estaba Franco, aunque lucharan aparentemente en bandos contrarios.
Conozco muchos españoles de extrema derecha, muy radicales, muy franquistas, muy exaltados, muy extremosos, muy vehementes o pasionales, muy de Blas Piñar o muy lo que usted quiera, pero no conozco ninguno que hubiera dado la respuesta fría e insensible de mi interlocutor, el anticuario nacional-socialista.
No conozco ninguno sin compasión.
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