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  • Museo Carlista de Madrid

El retrato del Cura Santa Cruz, del pintor José Manuel Barahona Pérez, en el Museo Carlista de Madrid

El Museo Carlista de Madrid ha visto incrementada su colección con un magnífico retrato al óleo sobre lienzo del célebre Cura Santa Cruz, donación del pintor José Manuel Barahona Pérez.


Retrato del Cura Santa Cruz, óleo de José Manuel Barahona

José Manuel Barahona nació en Lima en 1992, hijo de un militar peruano descendiente de una familia carlista de Berástegui (Guipúzcoa) exiliada en el país andino, y de una salmantina, hija a su vez de un requeté y bisnieta de un carlista que participó en la toma de Cuenca por parte de las tropas del Infante don Alfonso Carlos.

Al poco de contraer matrimonio, los padres del pintor se asentaron en Andosilla (Navarra). Apenas cumplidos los 17 años y deseoso de conocer mundo, el joven José Manuel abandonó el hogar paterno.

En Francia ingresó en la residencia seminario de los Franciscanos de la Inmaculada Concepción, seguidores del obispo Lefebvre, donde permaneció cuatro años.

Tras dejar el seminario, marchó a Paris durante tres años, donde se ganó la vida trabajando en la hostelería y donde conoció al renombrado pintor español Ricardo Sanz, con el que asistió a clases de pintura, adquiriendo las habilidades necesarias para convertirse en pintor profesional.

Tras la aventura parisina, se instaló en la localidad francesa de Sauveterre-de-Bèarn, en el departamento de Pirineos Atlánticos, donde reside buena parte del año -alternativamente con el estudio que mantiene en Logroño- y desde donde desarrolla su trabajo como pintor. Entre sus clientes figuran las Editorial Verbo Divino y la Diócesis de Bayona, para los que realiza cuadros al óleo, ilustraciones y estampas religiosas, así como bodegas de la zona, para las que diseña etiquetas para sus marcas de vino.  

 

El Cura guerrillero Manuel de Santa Cruz y Loidi (Elduayen (Guipúzcoa), 1842 – Pasto (Colombia), 1926) es una de las figuras más controvertidas de la historia del carlismo. Su valoración fue muy negativa hasta su muerte, tanto por parte de autores liberales como carlistas. Sin embargo, a partir de 1928, con la aparición de las biografías de Olazábal y de Bernoville, se produjo una recuperación de su figura, tanto desde el carlismo como del nacionalismo vasco. A ello contribuyó, sin duda, el conocimiento de sus cincuenta últimos años de vida, que habían permanecido completamente desconocidos hasta entonces.


En la guerra carlista el cura Santa Cruz había obtenido celebridad por su valentía, temeridad y crueldad, que habían merecido su reprobación tanto por los liberales como por los carlistas en cuyo bando luchaba. El propio general carlista Lizárraga le sometió a un consejo de guerra que le condenó a muerte, aunque se le indultó poco después.


Manuel de Santa Cruz, fotografiado en Vera de Bidasoa

​En septiembre de 1874, liberado de su prisión en Francia, el cura Santa Cruz se refugió en el Colegio de los Jesuitas de Lille, donde permaneció hasta recibir el perdón papal por sus irregularidades canónicas durante la guerra, lo que le permitió volver a ejercer su ministerio sacerdotal y celebrar nuevamente misa a partir del 9 de junio de 1875.

En 1876, terminada la guerra carlista, Santa Cruz se trasladó a Londres. Allí, y según cuenta Melgar, secretario del rey carlista Carlos VII, en una iglesia católica de Kensington el mismo Don Carlos se encontró casualmente al cura Santa Cruz. Al ver a su rey, Santa Cruz cayó de rodillas y golpeando el suelo con la frente le pidió perdón, diciendo sin cesar:


"Perdón, Señor; perdón por todos mis crímenes; perdón por el descrédito que han podido atraer sobre nuestra santa Causa mis crueldades. Estaba loco, señor, de una locura patriótica, es verdad; pero que, como todas las locuras, me privaba de la razón. Dios me ha abierto, al fin, los ojos, y desde hoy, profundamente arrepentido, quiero consagrar el resto de mi vida a lavarme de mis faltas, practicando la caridad que tanto he desconocido".


Dicho y hecho. En noviembre de 1876, Santa Cruz partió con los jesuitas ingleses para las misiones de Jamaica, donde se dedicó al apostolado por espacio de quince años. A finales de 1891, el padre Loidi —que era como se hacía llamar entonces el antiguo guerrillero— fue trasladado a Colombia. Allí trabajó en las misiones que los jesuitas tenían en Pasto, fundando a las afueras de la ciudad una parroquia misionera que recibió el nombre de San Ignacio.

En 1920 fue admitido de novicio y el 31 de julio de 1922 ingresó en la Compañía de Jesús, cuyas reglas venía cumpliendo desde hacía varias décadas. El nuevo jesuita recobró su primer apellido para volver a llamarse padre Santa Cruz.

Tras dedicar cincuenta años a propagar la fe católica en América, treinta y cinco de ellos entre los campesinos colombianos, falleció en su misión de San Ignacio cuando contaba ochenta y cuatro años de edad entre la veneración de su feligresía por su acendrada caridad y continuo desvelo por los campesinos más necesitados.


El cura Santa Cruz, misionero en Pasto (Colombia)

La figura del cura Santa Cruz fascinó siempre al joven pintor Barahona Pérez, como revela el propio parecido físico de ambos.

Cuando José Manuel Barahona abandonó el hogar en busca de su propio destino, a los 17 años, recaló primero en Vera de Bidasoa. Allí conoció a Josu Goia Echeverría, del que aprendió a tallar la madera, y también a reconocer en los mapas los lugares que sirvieron de escenario a las andanzas del cura guerrillero, como Endarlaza, donde fusiló a veinte carabineros por haber dado muerte al dantzari que formaba parte de su partida. Montes y parajes que se convirtieron desde entonces para José Manuel en destino de continuas excursiones y exploraciones.

En Vera pudo conocer también a los marqueses de Delclaux, que le mostraron la casa cuartel que usó Santa Cruz.

Desde entonces, su interés por el novelesco personaje -fue tratado por Baroja y por Valle Inclán en sus obras- nunca ha decaído.  

 

El retrato de Manuel de Santa Cruz pintado por Barahona, y del que destaca la calidad en el dibujo, muestra al cura en sus años de guerrillero, tal y como aparece en la conocida fotografía que se tomó en Vera de Bidasoa.


José Manuel Barahona Pérez, dibujando su retrato del Cura Santa Cruz.

A la imagen de medio cuerpo, y sobre el fondo de unos árboles desnudos y esquemáticos, se ha añadido una cartela en la que figura escrita la confesión que el cura arrepentido realizó a su rey don Carlos cuando se encontraron en Londres, en el origen de un cambio radical de vida que transformaría al lobo en manso cordero, al feroz guerrillero en ejemplo de caridad y entrega al prójimo.

  

El Museo Carlista de Madrid agradece a José Manuel Barahona la donación realizada, que no solo enriquecerá sus fondos relativos a la Tercera Guerra Carlista, sino que, al tiempo, permitirá incorporar una representación de la obra de un joven y prometedor talento de nuestra pintura.

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