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  • Museo Carlista de Madrid

De sábados y domingos

Actualizado: 4 feb 2020


A estas alturas, el lector de este Blog ya habrá descubierto que llevo algún tiempo centrado en la Vida de Jesús de Ratzinger/Benedicto XVI, un verdadero tesoro lleno de sugerencias aplicables también a las cuestiones políticas y sociales.

En esta ocasión la reflexión va de sábados y domingos.


El descanso del sábado constituye un pilar fundamental del pueblo de Israel, tanto en la época bíblica como en la actual. No sólo responde a un precepto de la Torá, en conmemoración del Séptimo Día de la Creación, en el que YHWH descansó, sino que tiene un carácter vertebrador de la comunidad israelita, obrando como un elemento esencial de su cohesión. Como explica Ratzinger, guardarlo cuidadosamente es para Israel expresión central de su existencia, entendida en la alianza con Dios.

Por eso el sábado no es solo una cuestión de piedad personal, sino que forma parte del núcleo de un orden social. Como explica el rabino Neusner, el sábado judío va más allá del mero no trabajar: “la renuncia a cualquier trabajo no basta por si sola, también hay que descansar, y eso significa que un día a la semana se restaura el círculo de familia y hogar en el que todos están en casa y todo en su lugar”.

Lo que lleva a Benedicto XVI a apostillar que no estaría mal, por cierto, que hubiera para nuestra sociedad actual un día en que las familias estuvieran juntas, conviviendo y haciendo de su casa un hogar.


A pesar de lo que la interpretación liberal de la Biblia cree, Jesús no vino a abolir el sábado, sino a trascenderlo y dilatar sus horizontes, dándole un nuevo sentido. Jesús, que no revoca sino que lleva a plenitud el Antiguo Testamento, hace de sus discípulos -de la Iglesia- el nuevo Israel, el nuevo pueblo de Dios. Su Resurrección, “el primer día de la semana”, trajo consigo que para los cristianos este primer día se convirtiera en “el día del Señor” -raíz de la palabra domingo-, al que pasaron los elementos esenciales del sábado judío.

La Iglesia asumió de esta forma la función social que tenía el sábado para el pueblo de Israel. Así lo entendió el emperador Constantino al introducir en las leyes del imperio el día del Señor como día de libertad y de descanso, en un sistema jurídico de inspiración cristiana.


Todo este planteamiento, de profundo calado teológico, pero también de clara dimensión social, se mantuvo en la Cristiandad hasta hace bien poco, en que ha sucumbido víctima de la mercantilización de la vida humana y de sus exigencias. El domingo como día de descanso y día consagrado al Señor, en recuerdo de la Resurrección, ha sido sustituido por el “finde” sin ninguna referencia ni espiritual ni comunitaria, en un paso más hacia la descristianización de la vida social.


Incluso para los cristianos, la ampliación al sábado del cumplimiento del precepto dominical puede haber contribuido también a esta progresiva desaparición del domingo como “día del Señor”. No ha habido demasiadas voces llamando la atención sobre ello, prueba de la ligereza con la que las naciones occidentales liquidan hoy su propia identidad cristiana. Una muestra más de la superficialidad y ligereza con que hoy se abordan la mayoría de las cuestiones y también de esa tentación, tan extendida en la actualidad, de desligar el Evangelio de toda relevancia social y política.


Otro tanto cabría decir de la frivolidad con la que hoy se mueven las “fiestas de guardar” del calendario cristiano para acomodarlas a las prioridades del ocio o con la excusa de facilitar el cumplimiento del precepto. Su consecuencia, en poco tiempo, es la pérdida de relevancia social de dichas festividades -la del Corpus Christi es un buen ejemplo-, y la consecuente desaparición del sentido cristiano del ritmo temporal de la vida comunitaria. Era este uno de los signos más íntimamente comunitarios de las sociedades cristianas, y por tanto su eliminación uno de los objetivos más sutiles del propósito descristianizador.


Ya hemos escrito en otro lugar de cómo los Días Mundiales promovidos por la ONU -del Medio Ambiente, del Agua, de la Mujer, de la Lucha contra el Cáncer etc- son una estratagema nada disimulada de acabar con el calendario cristiano y sustituirlo por uno de carácter laico. No creo que nada de ello se produzca por casualidad. Todo parece ir en la misma dirección en ese esfuerzo para eliminar la huella cristiana de la vida social.

Quizás por eso Benedicto XVI ha afirmado que “la defensa del domingo es una de las grandes preocupaciones de la Iglesia en el momento presente”.


“Sine dominico non possumus”, decían los primeros cristianos: sin el domingo no podemos vivir.

Ojala al menos nosotros hagamos todo lo que esté en nuestras manos para volver a hacer del domingo, al menos en nuestras familias, “el día del Señor”.

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